miércoles

Ricky, el perro callejero #20

EL VIAJE. DIA 2 (parte 5) Saúl recibe un premio de Ricky, su dueño, con la ayuda de Miele. Lionardo castiga el frágil cuerpo de Luis, el hermano mayor de Saúl, con el látigo. Don Romannetti hace gala de su maldad follándole la boca a uno de sus sumisos vietnamitas, mientras explica en voz alta cómo mató a sus padres, y convirtió a los jovenes Thian y Phuo en sus devotos esclavos.


Aquel segundo día de mini-vacaciones fue muy largo, sobre todo para los pobres sumisos, que no pudieron comer nada hasta la cena, cuando se repitió la escena de los días anteriores, con los tres Machos sentados en la mesa, deleitando sus paladares con los más exquisitos manjares, mientras los esclavos comían todos juntos del mismo cuenco, a cuatro sobre el suelo y sin utilizar las manos.

Después de cenar, la comitiva se dirigió al salón de los sofás de estilo romano, con cadenas colgando de las paredes y del techo, y consoladores repartidos por toda la estancia. Don Romannetti, su hijo menor Lionardo y Ricky, el perro callejero, disfrutaron a sus anchas de los cuerpos esbeltos y hermosos de sus sumisos, tanto los propios como los ajenos.

Como Ricky se sentía complacido por el comportamiento de Saúl, ajeno al torrente de emociones encontradas que le recorría por dentro al más joven de sus sumisos, respecto a Lio, el hijo menor del Don, quiso premiarle.

“Puta insaciable, ven y chúpame la polla” le ordenó a Saúl, llamándolo por el nombre que él mismo puso en su collar de esclavo “Miele, tú cómele el culo” dijo a la ninfa andrógina “Pero nada de correrte hasta que yo te lo ordene” Ricky volvía a dirigirse a Saúl.

“¡Sí, señor!” exclamó el rubio, que al igual que su hermano mayor Luis antes en el barco, se sentía tan tremendamente agradecido por que su único y verdadero Amo reclamara sus servicios, que se arrodilló entre sus piernas y comenzó a hacerle la mejor mamada que le hubiera hecho en su maldita vida. Se notaba que le echaba todas las ganas.

Lionardo, al ver que Saúl había sido reclamado por su Semental, y no queriendo quedar en demasiada evidencia por no querer pasar el rato más que torturando y sodomizando a Saúl, escogió al hermano mayor de quien era su verdadera obsesión, y al que todavía no había probado:

“Cerda comepollas ven aquí” dijo hablándole a Luis, luego se dirigió al Don “Con tu permiso, padre, reclamo también a uno de tus pequeños para que me haga compañía un rato.”

Luis se puso en pie y se acercó al sádico Lio, con algo de temor por la bruta manera que había visto que trataba a su hermano menor. Mientras Don Romannetti respondió.

“Te puedes quedar con Thian, yo me quedo a Phuo”

Lionardo llevó al sumiso Luis a un lado de la habitación, y le ató las manos por encima de la cabeza a unas cadenas que colgaban del techo. Thian le amarró los tobillos a sendos grilletes al suelo, dejándole las piernas todo lo abiertas que pudieron. Él mismo había sido atado así en infinidad de ocasiones, y sabía muy bien cómo deseaba su joven Amo que fuera hecho ese trabajo.

Cuando el sumiso Luis estuvo listo, quedando justo en medio de los dos cómodos sofás donde estaban Don Romannetti con Phuo mamándole la polla por un lado, y por otro Ricky con su dura verga metida dentro de la boca se Saúl, y Miele chupándole el culo a su sumiso más joven, Lio le ordenó al pequeño asiático:

“Ve a buscarme un látigo. Que sea largo y no demasiado grueso.”

Al oírle decir eso, Don le explicó a Ricky, el perro callejero “Il mio figlio es un experto en el uso de fustas y látigos. En cualquier herramienta de tortura en realidad. Es su don particular.”

Y era del todo cierto. Así como existen ciertas personas que nacen con un oído especial para la música, o una capacidad más allá de lo normal para pintar, o escribir, el don natural del joven Lionardo era torturar. Conocía todos los métodos habidos y por haber para causar daño, desde los usados en los tiempos más remotos en la más lejana civilización, a los que se utilizaban hoy en día para torturar a los presos de guerra. Todos. Solo viendo el cuerpo del sumiso, sabía qué tipo de castigo sería el más adecuado para él, sabía elegir la herramienta más adecuada para el caso, que causara el mayor dolor posible, pero sin provocar daño permanente, y sabía cómo aplicar dichos castigos como nadie.

Mientras Thian iba en busca del látigo, Lionardo se paseó alrededor del joven esclavo llamado Luis. Evaluó su cara. Realmente era muy parecido a Saúl. Pero se notaba que no era él. El mayor de los hermanos rubios carecía de ese brillo de rebelión en sus pupilas, y por eso, aunque se le pareciera, no le atraía ni de lejos tanto como lo hacía su hermano menor Saúl. Pero tenía que catar la mercancía, para no hacerle un feo a Ricky, y por no levantar sospechas sobre su oscura obsesión malsana por Saúl.

Mientras le daba vueltas al cuerpo atado del sumiso, Lio le acariciaba suavemente con la yema de los dedos, por su torso, los brazos, la espalda. Se paró detrás de él y le abrió las nalgas de golpe, mirándole el culo de cerca, el tamaño de su orificio, la belleza de sus formas. Tenía que reconocer que físicamente no estaba nada mal, pero le faltaba ese salvajismo indómito que caracterizaba a su hermano menor. Era como si le sirviesen un festín lleno de platos deliciosos, pero que el cocinero hubiese olvidado ponerle la sal, aquello que le da el verdadero gusto a la comida. La rebeldía de Saúl era la sal indispensable para Lio. Luis era una comida bonita, pero insípida.

Dejó sus nalgas tranquilas y caminó despacio hacia la parte frontal del chico atado. Thian ya había regresado a su lado con el látigo en sus manos, y se quedó esperando paciente y en silencio a que Lio decidiera cogerlo. Durante toda aquella evaluación tan exhaustiva, Luis sentía que se le iba a salir el puto corazón por la boca. No dijo nada, pero se le notaba a la legua lo nervioso que estaba, con todos sus músculos en tensión, porque sabía que no podría librarse de lo que se le venía encima, y no podía actuar como su hermano menor, gritando y quejándose, o recibiría un castigo mucho peor por parte de Ricky.

Lionardo acarició su rostro, pellizcó uno de sus pezones, y luego agarró el paquete de Luis, evaluando su tamaño, que era pequeño, falta de dureza por el miedo, y también la textura de sus pelotas. Finalmente dijo, cogiéndole el látigo al pequeño asiático de sus manos:

“Tienes buen material aquí. Está sano. Tiene un culo que apetece follar, y una boca que seguro sabe mamar pollas. Y se nota que ha sido bien domesticado.”

Ricky alzó la mirada y la puso en el joven Amo “Gracias. La verdad es que estoy muy contento con Luis. No suele darme problemas casi nunca. Soporta hasta las humillaciones más extremas solo por complacerme.”

“Ahora comprobaremos si tu esclavo también es capaz de soportar el dolor más extremo sin quejarse” no hizo falta decir “No como hizo Saúl” porque todo el mundo tenía presente lo sucedido la primera vez que se cruzaron Lio y el rubio.

El hijo menor de Don Romannetti hizo que Thian se apartara para no golpearle sin querer. Se situó a la distancia exacta para que solo la punta del látigo llegara a tocar la piel de su víctima y dio un primer, potente y sonoro latigazo ¡¡CHAASS!! que atravesó la piel de Luis, haciéndole sangrar. A pesar que la herida era visiblemente espectacular, solo era un corte superficial. Bien curado con una crema cicatrizante no dejaría ni marcas en un cuerpo tan joven y sano.

“¡¡HHHNMMM..!!” lo único que impidió que Luis se pusiera a gritar por el lacerante dolor que sintió fue que tenía los ojos de su adorado Amo, Dueño y Semental Ricky clavados en él. Podía notarlo, aunque él permaneciera con sus orbes cerrados. No podía humillar así a su Dios, dejarlo en evidencia delante de sus anfitriones y sus sumisos tan bien educados que parecía que jamás se quejaban por nada. Así que Luis soportó la dañina penitencia con estoicismo, por Ricky, por su hermano menor que había fallado la primera vez, y por sí mismo. Quería que su Macho se sintiera muy orgulloso de él, aunque al día siguiente no pudiera moverse.

“Cerda. Cuéntalos en voz alta dame las gracias por cada golpe” le dijo el sádico a su víctima.

“Ssi, señor... ¡Uno. Gracias, señor Lionardo!” respondió el rubio, con una lágrima cayéndole por la mejilla.

Aquello ya sí que hizo que el pequeño sádico sintiera cosquillas en su entrepierna.

“Bien, sigamos” a continuación, Lio soltó dos potentes latigazos que marcaron el costado izquierdo del sumiso Luis con sendas líneas sangrientas casi horizontales.

“¡HHMMMMM! ¡¡DOS!! ¡¡TRES!! ¡¡GRACIAS SEÑOR LIONARDO..!!” Luis ya soltaba lágrimas sin poderlo evitar, pero no lloraba, era una reacción automática de su cuerpo al recibir tantísimo dolor. Le temblaba todo el cuerpo por el subidón de adrenalina.

Ricky estaba con sus ojos puestos entre el espectáculo de latigazos que daba Lio, y su hermoso sumiso Saúl, que le mamaba la polla con toda su alma. Miele, agachada detrás de él, le comía el culo de manera golosa. Estaba tan cachondo que quería meterla en algún agujero más apropiado para correrse.

“Puta, siéntate encima mío y cabálgame. Pero ponte de espaldas a mí. Quiero que veas cómo se comporta un buen sumiso cuando recibe un castigo, sea cual sea la naturaleza del mismo, y sea quien sea quien te lo aplique, o el dolor que cause.”

Aquellas palabras dichas en voz alta avergonzaron a Saúl, que se sintió mal por ello, por haberle fallado a su Macho, pero al mismo tiempo se sentía increíblemente feliz de que el perro callejero quisiera follar con él:

“Si, mi Amo. Aprenderé” le aseguró.

Se sentó sobre su regazo, empalándose despacio su duro rabo de Semental, dándole la espalda, y Ricky le acariciaba el cuerpo mientras él comenzaba a follarse su polla

“Miele, chúpale la polla” y le susurró en su oído a Saúl “Cuando yo me corra puedes hacer tú lo mismo. No antes. Disfruta de tu premio, puta.”

El joven Saúl no se corrió de puro gusto al escucharle decir eso al perro callejero porque Dios no lo quiso.

“Si, mi Amo” respondió más sumiso que antes

Como le había ordenado, el joven rubio observó detenidamente como su hermano mayor Luis recibía aquellos latigazos sin quejarse, y muy dentro de él pensó que Ricky en el fondo tenía razón. Luis era mil veces mejor sumiso que él. A su hermano mayor le salía ser sumiso se manera natural, mientras que a él lo que le salía era la vena rebelde. ¿Por qué Ricky le quería como esclavo a él? No es que Saúl hubiese ido a rogarle a Ricky que le hiciera su sumiso, más bien las primeras veces que estuvo con él fue medio obligándole. Ricky fue quien decidió. Pero no lograba entender por qué. Saúl no podía entender que tan excitante y morboso le resultaba al perro callejero que Luis se dejara putear, humillar y follar sin quejarse lo más mínimo, como que Saúl hiciera las mismas cosas replicándole. La cuestión era que cumplieran con las órdenes, con más o menos carácter. Eso le gustaba a Ricky, la diversidad y la diferencia extrema existente entre ambos hermanos que tan parecidos eran físicamente, y tan diferentes mentalmente.

Saúl jadeaba suave, y notaba latigazos de placer de su orto que él mismo se empalaba sobre la polla de su Semental, y en su polla devorada por Miele. Tenía muchísimas ganas de correrse. Para evadirse, clavó su mirada en su hermano Luis y en las heridas que Lionardo iba abriéndole por todo su cuerpo con aquel temible látigo.

Don Romannetti, tumbado en una de las tumbonas romanas, estaba concentrado en el sumiso vietnamita que tenía a su disposición. El Macho estaba tumbado de medio lado, con muchos cojines a su espalda, y embestía suave contra la dulce cara de Phuo, que permanecía arrodillado sobre el suelo, con las manos sobre las rodillas, como le había ordenado, y manteniendo su boca abierta al máximo. El mafioso sentía un morbo especial diciéndole cosas a esos niños como lo que le estaba diciendo ahora:

“Tus padres eran unos putos desgraciados” dijo, mirándole a los ojos. El asiático le devolvía la mirada más mansa y vacía del mundo y movía la lengüecita para darle mayor placer a su Amo, que continuaba hablándole “Vinieron a pedirme dinero, y cuando no pudieron devolverlo, los maté” podía parecer que Phuo no entendía el idioma porque no reaccionaba en absoluto a esas palabras, pero vaya si lo entendía. Todo. Perfectamente. Comprendía que aquel ser que era su Amo había matado a sus padres, pero esa figura paternal era tan lejana y difusa en su memoria que apenas era un fantasma sin rostro que no despertaba emoción ninguna en él. Don Romannetti se iba excitando más y más. Aumentó poco a poco la velocidad a la que le penetraba la boca a uno de sus sumisos favoritos “Entonces os adopté a ti y a tu hermano. Para que pagarais con vuestras miserables vidas la deuda que me dejaron vuestros padres” Phuo no discutía, ni se cuestionaba a cuanto ascendía aquella deuda realmente, si era tan alta como podía valer la vida de dos seres humanos, esclavizarlos de muy corta edad y convertirlos a base de abusos, malos tratos y lavados de cerebro, a simples trozos de carne vivientes, sin personalidad, solo válidos para obedecer las órdenes de su Amo.

“¿Recuerdas lo bien que lo pasábamos cuando llegasteis?” la polla del Don se hinchaba por segundos. De fondo se oían los sonidos de los latigazos que Lio le soltaba a Luis, y los jadeos del trio que se lo montaba en el sofá de enfrente, formado por Ricky, Saúl y Miele. Phuo asintió levemente en silencio, sin dejar de mamarle la dura polla a su Señor. Don Romannetti le puso una mano sobre el pelo y se lo acarició. Su afilada mirada no se apartaba de la del crío “Aprendisteis a mamar polla en seguida. Yo mismo me encargué. No hacíais otra cosa. Mañana, tarde y noche chupándome la polla como pequeños cachorrillos mamando leche de las tetas de su madre” de la polla del Don salió un chorro de presemen que Phuo degustó con placer y se tragó con gusto. Era un pequeño robot sin alma “Hmmm.. y siempre que me la chupabais yo os metía los dedos, o cualquier otro juguete por el culo. En cuanto estuve seguro que no os reventaría por la diferencia de tamaños, solo entonces, me decidí a meteros mi duro rabo de Semental por el culo. Seguro que lo recuerdas” Phuo volvió a asentir, sin mostrar emoción alguna, y el Don siguió hablándole “Fue muy duro para mi contener las enormes ganas que tenía de follaros, de reclamar vuestros culos como de mi propiedad. Pero esperar al momento adecuado, además de ser una de las experiencias más excitantes de mi vida, fue la mejor decisión que pude haber tomado. Después de todo el entrenamiento, habéis terminado siendo unas putas de lujo. Jamás os cansáis, ni os quejáis por nada. No importa cuán humillante o dañino sea el castigo, siempre sois capaces de soportarlo. Y siempre estáis deseando complacerme. Comeros mi polla. Dejaros follar por mi” el Don sentía una excitación tan fuerte que avisó a su sumiso asiático “Puedes masturbarte. Voy a correrme pronto, y cuando termine de llenarte la boca de semen, me mearé. Y tú te lo tragarás todo, sin desperdiciar ni una sola gota. ¿Te ha quedado claro?” Phuo asintió levemente y como un autómata comenzó a masturbarse.

El Don metió y sacó su polla de aquel estrechísimo conducto, una y otra y otra vez, y al final la dejó metida dentro y comenzó a gemir con fuerza “Aaaaaaaaahh ahí vieneee Tragaaa putaaa” la nuez de Phuo se movía hacia arriba y hacia abajo, en señal que estaba tragando la leche de su Semental “Y ahora el rico postre” dijo el mafioso, relajando la vejiga y echándole su pis dentro de la boca al crio, que al sentirlo eyaculó .

“HmHmmh...” Phuo tragaba aquella eterna meada como si fuera el champagne más caro y delicioso del mundo. Para él realmente lo era. Nada que saliera del cuerpo de su Señor podía repelerle. Su semen, su pis, todo era su alimento.

Saúl se había quedado mirando aquella escena como hipnotizado. Hasta Luis se quedó perplejo por las barbaridades que le decía el Don a Phuo, y la absoluta falta de reacción por parte del asiático. Era del todo increíble. Y encima se tragaba su pis asqueroso, corriéndose del gusto que le daba hacerlo. Era todo demasiado retorcido y extraño para sus jóvenes mentes. No podían entenderlo. Y eso que el Don parecía ser el menos sádico de los Amos allí reunidos. Pero en ese momento les daba muchísimo más respeto él que Ricky y Lionardo juntos. Ese hombre era un puto peligro. Destrozaba almas, en vez de cuerpos.

Cuando Lionardo vio que su padre se corría en la boca de Phuo, ordenó a Thian que fuera a reunirse con él “Total, no le necesito para lo que quiero hacerle a esa puta rubia.”

El Don sonrió y ordenó que ambos chicos se le sentaran encima, Thian sobre su pecho dejándole el culo a su alcance, y Phuo se sentara de cara a Thian, con su trasero sobre la verga de momento desinflada de su Amo y Señor.

“Besa a tu hermano y masturbaos” ordenó el Don. Thian morreó a Phuo, saboreando los restos de esperma, y sobre todo de meada, que todavía tenía allí su hermano, y obedecieron a su Señor, tocándose el uno al otro.

Ricky de pronto agarró las piernas del sumiso Saúl por debajo de sus glúteos, y se las levantó hacia arriba y hacia atrás, dejándolo espatarrado y completamente abierto para él.

“Miele, chúpasela más rápido” ordenó al hijo mayor travestido del Don. Así lo hizo, redoblando sus esfuerzos por proporcionarle mucho placer a ese joven esclavo.

El perro callejero apoyó los pies bien, alzó su culo en el aire y empezó a follarse a Saúl con toda su mala hostia

“¡¡Aahahahah!! ¡Que buen culo tienes puta! ¡¡Como me gusta reventártelo jodeeer!!”

Saúl estaba en la puta gloria, con la polla de su Señor dura como una piedra taladrándole con todas sus fuerzas, y la dulce boca de Miele mamándole el rabo.

“¡¡Córrete puta!! ¡¡Hazlo ya!!” ordenó el perro callejero, clavándole su miembro viril de Macho hasta lo más hondo de su culo y soltándole allí su esperma de Semental.

“¡¡Sssiii Aahaahhh!!” el joven sumiso rubio se dejó llevar por todas las intensas sensaciones que recibía por su culo y por su polla y justo cuando su Dueño le marcaba con su semen, él soltaba su lechada espesa y caliente dentro de la boca de Miele, que la tragó con sumo gusto.

Por su lado, Lionardo seguía castigando al mayor de los hermanos rubios. ¡¡CHAAASS!! soltó un último latigazo sobre su malherida piel.

El pobre Luis estaba que se quería morir ya. De cuello para abajo solo sentía un lacerante, pulsante y horrible dolor por todo su cuerpo. Estaba cubierto de sangre, y de cortes por distintas partes de su anatomía.

“Veinte... mi señor Lionardo” es que no podía ni hablarle más que en susurros. No le quedaban fuerzas para nada.

“Muy bien, cerda. Eres todo un ejemplo a seguir como sumiso” le felicitó Lio. No solía felicitar a nadie, pero sabía que a Saúl le sentaría como una patada en los huevos y por eso lo hizo.

El Semental dejó el látigo sobre una mesilla auxiliar cercana y observó su obra. Maltratar tan duramente al hermano del que era su obsesión le había puesto la polla dura como una puta piedra.

“Ahora veremos qué tal es follarte el culo.”

La propia sangre de Luis hizo de lubricante. El hijo del Don se embadurnó el rabo con aquel líquido carmesí y embistió contra el orto del sumiso rubio, encastándole su glande dentro.

“HHHHnhhh....” Luis ni lo notaba casi, todo su cuerpo era una herida abierta y dolorosa para él.

Lionardo le agarró fuerte por las caderas y embistió de nuevo con saña, consiguiendo que sus pelotas chocaran contra su culo “Hmmm que apretado estás puta.”

Pero Luis no reaccionaba.

“Creo que te excediste un poco con el castigo” dijo su padre

“No, padre, podrá aguantarlo, seguro” respondió Lio

Lionardo entonces comenzó a follarse a Luis con toda su mala leche concentrada. No podrían decirle que trataba distinto a Saúl, porque les había hecho lo mismo a los dos hermanos rubios. Los castigó con la misma dureza, y los sodomizaba con sadismo, buscando hacerles el máximo de daño posible.

Aquello fue demasiado para el pobre Luis, que notaba como aquel rígido miembro se Macho se le clavaba dentro con crueldad. Sentía que le fallaban las piernas, así que se agarró con las manos a las cadenas que lo mantenían colgando del techo. Todo su cuerpo le temblaba por la tensión del momento, el tremendo dolor sufrido por los latigazos, y la potente sodomización que estaba sufriendo.

“HHhhhHHHHHhh...” aun así soportó con estoicismo y valentía aquella acometida digna de un puto toro semental, y no gritó en ningún momento.

El hijo del Don embistió contra el culo del sumiso rubio con toda su mala leche concentrada, hasta que encastó su duro miembro en lo más hondo de su orto de cerda y le soltó ahí su corrida. En ese momento Luis se corrió y perdió el conocimiento.


Cuando Luis se desmayó, dieron por finalizada aquella sesión de sexo duro. Los Amos, cansados de tanto follar, se retiraron a dormir a sus lujosos aposentos del piso superior, y los sumisos, completamente agotados, se tumbaron sobre la manta puesta en el piso del frío y lúgubre sótano. Fueron Miele y Saúl los encargados de desatar a Luis y bajarlo con ellos al piso de abajo.

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