jueves

Ricky, el perro callejero #19

EL VIAJE. DIA 2 (parte 4) Lionardo humilla y sodomiza a Saúl en el spa. Ricky y Don Cornelio siguen en el yate con Miele, Luis, Thian y Phuo.


Saúl terminó de limpiarse, se puso el tanga y los zapatos de tacón y preguntó, lleno de vergüenza, a la primera persona del servicio que encontró dónde estaba el spa. La chica en cuestión, tan ruborizada como él por estar ante un muchacho tan guapo, y casi desnudo, le dio las indicaciones. Estaba en el piso de abajo, así que el joven rubio empezó a bajar por las escaleras.

Cuando llegó al spa, Saúl quedó muy impresionado. Era una sala enorme, parecía ocupar casi la mitad de la largaría de la mansión. Tenía una gran piscina rectangular en uno de los lados, dos jacuzzis de forma circular, uno más grande que el otro, en el otro lado. Había tumbonas, una cascada artificial de agua cayendo de las paredes del fondo, y la zona de la sauna. Las paredes eran inmaculadamente blancas, igual que el suelo. Y el techo entero estaba cubierto de espejos. Una suave luz azulada cubría toda la superficie del spa, dándole un cálido tono muy acogedor.

El odioso Lionardo estaba metido dentro de uno de los jacuzzi, el de mayor tamaño. Tenía los codos apoyados en el reborde de la bañera y el cuerpo completamente sumergido en el agua, que no paraba de burbujear por los chorros a presión que había saliendo en todas direcciones. Junto a su brazo, el pequeño mafioso tenía un plato con montaditos variados, una gran copa de vino y la botella recién destapada. Lionardo abrió los ojos y miró a Saúl con condescendencia.

“Ya era hora, Puta. Me has tenido aquí esperándote demasiado rato.” esa fue la cálida bienvenida que le dio. Saúl apretó los dientes y prefirió no decirle nada.

“Arrodíllate a mi lado y ve dándome de comer, tengo hambre.” le ordenó el crío.

El sumiso de pelo rubio soltó un bufido. Él sí que tenía hambre, que no había comido nada en todo el día. Pero tendría que joderse. Ya la había cagado suficiente antes en el lavabo, donde no solo había insultado a Lionardo, sino que además se había dejado llevar por sus más bajas pasiones, y se había corrido con la paja que el hijo de don Cornelio le había hecho. Se sentía tan desilusionado consigo mismo que no tenía ganas de discutirle nada al mocoso. Haría todo lo que le dijera y esperaría con ansias la vuelta de su verdadero Amo, Ricky.

Así que se arrodilló junto al brazo de Lionardo, cogió uno de los montaditos, que estaba compuesto en la parte de debajo de un pedacito de pan, y encima tenía exquisitas lonchas de jamón ibérico de bellota, que olía de maravilla, y se lo acercó al joven Semental a la boca, que ya había entreabierto. El joven mafioso lo mordió, comiéndose la mitad del bocado, y luego devoró el resto, lamiendo la punta de los dedos del chico de ojos azules. Repitió la misma operación con unos cuantos montaditos más, y luego le ordenó a Saúl que le diera de beber de la copa llena de vino caro.

“¿Tienes hambre, zorra lameculos?” le preguntó, cuando ya se sintió saciado.

Saúl no sabía si responder la verdad o no, pero su estómago lo estaba haciendo por él, quejándose con sonoros gruñidos, así que le respondió:

“Si, Señor Lionardo, tengo mucha hambre.”

El joven de pelo castaño sonrió complacido “Desnúdate y métete en el jacuzzi conmigo.” le dijo.

El rubio lo hizo. Se quitó el tanga y los zapatos y se metió dentro del agua, que estaba cálida, a una temperatura ideal, como toda la sala. Mientras Saúl se metía en el jacuzzi, Lionardo se había puesto de pie. El agua le llegaba a la altura de las pelotas. Saúl evitaba mirarle directamente a los ojos, ni a ninguna otra parte de su cuerpo, manteniendo la vista fija al suelo, no por pudor, sino por no tener que enfrentarse en ese momento a unos sentimientos que no comprendía y que odiaba experimentar.

Lionardo lo agarró entonces por la cintura, lo acercó de golpe a él y pegó su boca a la del muchacho, obligándole a devolverle el profundo beso que le estaba dando. El joven Semental de ojos marrones abrió su boca y metió su lengua dentro de la cavidad bucal del rubio, que se había quedado pasmado con aquel acto por parte del contrario. La boca de Saúl se impregnó con los efluvios del vino que el otro acababa de tomar. Lionardo movía las mandíbulas hacia arriba y hacia abajo, reclamando aquella boca para sí. No iba a dejar ni un solo recodo de aquel rincón del cuerpo de Saúl sin marcar como suyo. Sus cuerpos estaban tan pegados, que sus pollas habían quedado una junto a la otra, y ambas estaban endureciéndose por segundos. Saúl podía negar en voz alta todo lo que quisiera, pero no podía evitar que su cuerpo le delatase, mostrando a todos cómo se sentía en realidad.

El joven mafioso bebió ávidamente de la boca del hermoso sumiso, que sentía el corazón desbocado en su pecho, y cuando se cansó se apartó de él tan bruscamente como lo había abrazado contra su cuerpo. Le giró y le empujó, para que quedara de espaldas a él, puesto con las piernas abiertas y las manos apoyadas en el borde del jacuzzi.

“Me han entrado ganas de follarte. Puedes intentar comer mientras lo hago, pero cuando termine tendrás que parar.” le dijo Lionardo al sumiso de Ricky.

Saúl no perdió el tiempo. Conociendo al bastardo, seguro que haría lo imposible por no dejarle comer nada, así que cogió uno de los montaditos y se lo acercó a la boca. Pero Lionardo tampoco se demoró en iniciar su ataque. Como ya tenía la rígida polla húmeda por el agua, directamente apoyó su gordo glande en el ano del chico rubio y empujó con fuerza. Hacía solo un par de horas que le había follado de manera bruta, pero el culo del chico, como siempre, permanecía estrecho como si fuese virgen. Eso le encantaba al joven mafioso. De una sola embestida, atravesó el aro exterior y metió más de la mitad de su polla dentro, quedando fuera aquella base oronda que tanto dolor le causaba cuando se la metía.

Saúl soltó un jadeo por la brusquedad de la penetración “¡AAAAAAAAAAhhhmmmmmmmm!”

El montadito no llegó a meterse en su boca, su brazo se detuvo justo antes de llegar a ella. El joven mafioso sabía hacer muy bien su papel de Amo malvado.

“¿Qué te pasa, furcia? ¿No tenías tanto apetito? ¿O de repente se te quitaron las ganas de comer?” le dijo Lionardo a Saúl, burlándose de él.

El sumiso de pelo rubio frunció el ceño, muy cabreado, y se metió de golpe todo el montadito dentro de la boca. Por lo menos se comería uno. ¡Vaya si se lo comería!

Pero Lionardo no se lo iba a poner nada fácil. Cuando vio que el chico se metía la comida en la boca, sacó su polla completamente de su culo y volvió a embestir vigorosamente contra él, clavándole su férrea polla un poco más allá que antes. Acto seguido, el joven Semental empezó a meter y sacar su polla de dentro del culo de Saúl a toda velocidad, y con fortísimos golpes contra su cuerpo. El pobre chico todavía tenía la boca llena de la comida que no había tenido tiempo ni a masticar.

“¡Aaaaaaaaaaaaaaaaaaah! ¡¡AAAAAAAAAAaahhh!!” Saúl jadeaba como una perra mientras el joven mafioso le sodomizaba de manera violenta. Odiaba y adoraba que hiciera eso en partes casi iguales.

El esclavo de ojos azules no pudo moverse al principio. Necesitaba dejar que su cuerpo se acostumbrara a ese lacerante dolor antes de poder seguir comiendo. Lionardo arremetía contra su culo tan fuerte que muy pronto había conseguido meterle dentro la voluminosa bola de la base de su asquerosa polla. Fue el orgullo el que le dio fuerzas y ánimo para volver a intentar meterse dentro de la boca otro pedazo de comida. Solo para molestarle. Así que el sumiso alargó la mano, cogió otro de los montaditos, como buenamente pudo, ya que todo su cuerpo se sacudía bruscamente por las profundas y enérgicas embestidas del joven mafioso, y lo acercó a su boca. El pan solo llegó a rozarle los labios.

Lionardo estaba dispuesto a todo con tal de no dejarle comer nada. Cuando vio que Saúl cogía el segundo montadito, quitó una de sus manos de las caderas del chico y la puso sobre su cipote. La solidez del mismo era un afrodisíaco para el de ojos marrones. Agarró el rabo de Saúl y empezó a masturbarle intensamente, aumentando a la vez las poderosas arremetidas que le daba con la polla ensartada en lo más hondo de sus entrañas.

Al infortunado Saúl se le cayó el montadito de las manos, y fue a parar dentro de las agitadas aguas del jacuzzi. Eso era demasiado para él. Ya no se acordó ni de lo que estaba haciendo. Alzó su torso, arqueó la columna, y apoyó la espalda en el firme pecho de su sodomizador. Tenía una explosión de sensaciones placenteras desbordándole por dentro. Echó hacia atrás la cabeza y apoyó su nuca en el hombro de Lionardo. Tenía los ojos cerrados. Si tenía que vender su alma al diablo lo haría. ¡Quería arder en el fuego eterno! ¡¡Pero lo que más anhelaba, por encima de todo, era que ese bastardo con aires de grandeza no dejara de hacer lo que le estaba haciendo y le permitiera correrse a gusto!!

“¿Te gusta cómo te follo, Puta? ¡¿Te gusta?!” le preguntó el Semental.

“¡Siiiiii! ¡AAAAAAAAAaaaaaaaaah! ¡Siiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii! ¡¡Me corroooooooooooooooooo!!” respondió el menor de pelo trigueño.

Y tal como había anunciado, empezó a convulsionarse, y de su rabo empezaron a manar chorros y más chorros de semen que se diluían en el agua del jacuzzi. Por su lado, Lionardo estaba también a punto de llegar al clímax. Mientras Saúl se corría entre convulsiones, embistió empalándole el culo con su dura polla unas pocas veces más y luego le clavó su hinchado órgano viril hasta las pelotas y empezó a descargar un torrente de leche espesa que el sumiso sentía arder en sus entrañas.

En ese preciso momento, una conocida voz les dijo:

“Vaya, parece que os los estáis pasando bien.”

Saúl abrió los ojos, y mientras su pito empezaba a desinflarse, sintió los punzantes orbes de Ricky clavándose en sus pupilas como machetes.

“Si, tu Puta tiene un culo tan goloso que se me hace difícil no meterle la polla dentro siempre que tengo ocasión” le respondió Lionardo, mientras le sacaba del culo su rabo a Saúl.

No solo había llegado Ricky, también estaban el resto de la compañía, Don Romannetti, su hijo mayor Miele, los dos pequeños asiáticos Thian y Phuo, y Luis, el hermano de Saúl. Todos tenían los ojos fijos en ellos. Saúl sintió que podían leer en su alma, que Ricky sobretodo sabía exactamente como se sentía, como si de algún manera le hubiese traicionado. Pero en contra de lo que creía, su Amo y Señor, el perro callejero, se acercó al borde del jacuzzi y le palmeó la cabeza, diciéndole:

“Estoy muy orgulloso de ti, has obedecido en todo, como te ordené.”


Eso le sentó a Saúl mucho peor que si Ricky le hubiese abofeteado por engañarle. ¿Acababa de felicitarle por lo que había hecho? Claro, bajo el punto de vista del perro, Saúl solo había cumplido con su papel de dócil sumiso obediente. Pero Saúl y Lionardo sabían que había algo más bajo la superficie, unos sentimientos tan terribles que el joven rubio no era capaz de enfrentarse a ellos directamente, y prefería evitarlos y evadirse por completo.



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