viernes

SEXY COW [Parte 1/2]



Violación de una joven pit girl en el circuito de Abu Dhabi. La chica es drogada por un joven guapo, pero luego se aprovecha de ello un moro feo y seboso. 


Tyra Miller era una muchacha espectacularmente hermosa. Nacida en EEUU 19 años atrás. Tenía la piel bronceada por el sol. Una larga melena rubia le caía en sinuosas ondas por la espalda. Sus ojos eran dos preciosas joyas azules. Era una hembra de estatura media y muy delgada, con un buen culo y una delantera de infarto. Cualquier hombre habría caído rendido a sus pies, y ella lo sabía. Desde muy joven había aprendido ya a salirse con la suya, consiguiendo aquello que quería, con sus “inocentes” insinuaciones a los varones adultos con los que se encontraba. Incluso su actual trabajo, como azafata de eventos internacionales, lo había conseguido medio ligándose al jefe, un tipo viejo y feo, al que de momento había conseguido evadir con excusas, pero que se sentía tan atraído por ella, que aun sabiendo que estaba siendo manipulado por una niña, no podía hacer otra cosa sino concederle todos sus deseos.

El sueño de aquella guapa joven americana era llegar a ser azafata de vuelos, pues su mayor ambición era poder viajar y conocer mundo. Para ello estaba estudiando entre otras cosas, varios idiomas, y se le daba muy bien. Además de hermosa, era una chica lista. Una mezcla explosiva.

Aquel verano Tyra se enteró, a través de una amiga que trabajaba con ella, que la agencia estaba seleccionando una pit girl para acompañar al piloto favorito del Mundial de Fórmula 1 en la última carrera, ya que la chica que normalmente hacía ese trabajo estaba enferma. La rubia no tardó ni media hora en presentarse en el despacho de su jefe, vestida de manera muy sugerente, maquillada, y ronroneándole como una gatita mimosa, consiguió convencer al viejo de que le diese el trabajo a ella, aunque no tuviese experiencia previa. Tampoco hacía falta demasiada preparación para vestir un traje sexy y sostener en alto una sombrilla. Eso ella podía hacerlo perfectamente.

Al día siguiente, la hermosa hembra cogió el vuelo que le habían reservado, y salió en dirección a la metrópolis cosmopolita de Abu Dabi, desde donde la llevarían a la isla de Yas, donde tendría lugar la última carrera del Mundial. Ni si quiera necesitó facturar equipaje. Aquella noche dormiría en el hotel con vistas al circuito, y al día siguiente se celebraría la carrera. Por la noche volvería a coger un vuelo, y tres días más tarde estaría de regreso en su ciudad natal. No le daba ningún miedo viajar sola, todo lo contrario, estaba emocionadísima porque al fin le hubiesen dado, no un trabajo de verdad, si no la oportunidad de meterse en un mundo nuevo, y quien sabe, quizás conocer a alguien importante e influyente que pudiera darle un pequeño empujón a su carrera.

Cuando Tyra llegó al Hotel, alucinó con la majestuosidad, lujo y opulencia que allí se respiraban. Miró por la ventana y vio el Circuito de Yas Marina, donde al día siguiente debutaría como pit girl. El corazón le latía con fuerza en su pecho de adolescente. Le costó mucho dormirse, y a la mañana siguiente la despertó un mensajero que llamaba a su puerta de manera insistente. El dueño de la agencia ya le había dicho que le enviarían el traje que debía ponerse, que había sido diseñado para la otra muchacha. Antes de salir de viaje solo habían podido tomarle las medidas, y las costureras locales le habían dado el último retoque al mismo con prisas el día anterior, mientras ella viajaba.

La hermosa rubia abrió el paquete, cuidadosamente envuelto, y le encantó lo que encontró dentro. Era un mono entero, de color blanco, con grandes manchas negras, simulando la piel de vaca. Tenía pantalón largo, pero era sin mangas.

Tyra se duchó, se limpió el pelo, se peinó, dejando su larga melena dorada suelta y se maquilló. No pudo comer nada por los nervios. Sabía que si se ponía, ni que fuera un diminuto tanguita de hilo, se marcaría en esa tela tan fina, y quedaría feísimo. Así que se puso el mono quedando completamente desnuda debajo de éste. La prenda le quedaba tan sumamente ajustada al cuerpo que le costó muchísimo ponérsela. Tenía una pequeña cremallera que iba de la cintura a la parte baja del escote, que era muy pronunciado. Primero puso sus pies dentro, subió el mono por sus piernas, tuvo que tirar bastante para que su generoso trasero pasase por ahí. Luego fue un poco más sencillo poner ambos brazos por dentro de los tirantes de los hombros, y aguantándose la respiración logró cerrar la dichosa cremallera, que subía por debajo del ombligo hasta dos dedos por encima del mismo. Parecía que el traje iba a explotar en cualquier momento por la zona delantera.

Al mirarse al espejo, la muchacha de ojos azules alucinó consigo misma. Estaba más radiante de lo que había estado en su corta vida. La tela del mono era tan fina y apretada a su cuerpo, que dejaba poco a la imaginación. El traje tenía cuatro costuras, dos a cada lado, una por detrás, y la última justo pasaba por en medio de su coñito, separándole los labios en dos, y se le clavaba en el  clítoris, molestándola y excitándola en partes iguales. Rezó para no mojarse demasiado, porque se le notaría en seguida. En la parte de arriba, la tela apenas cubría la mitad exterior de sus grandes tetas, dejando a la vista la mitad interior del generosísimo escote, quedando tapados los pezones por milímetros. Los zapatos de tacón de aguja con plataforma rojos que le había enviado hacían conjunto con el corazón que lucía sobre su pecho izquierdo, en el interior del cual se leía “Sexy Cow”, en graciosas letras saltarinas. Puede que fuera una novata, pero iba a resultar la sensación del momento.

Y vaya si lo fue. Tyra estaba tan erótica y provocativa vestida con ese traje, que contrastaba con su rostro angelical y perfecto de niña buena, que los periodistas casi le hicieron más fotografías a ella que al piloto a quien le estaba sosteniendo la sombrilla justo antes de la carrera. No hubo ningún varón en todo el circuito que no supiese de la existencia de esa ninfa de belleza etérea, y eso era justamente lo que la muchacha pretendía.

Un poco más tarde, cuando entró en el edificio donde estaba la terraza cubierta en la que ciertos trabajadores y familiares podían ver la carrera desde un lugar privilegiado, la joven americana se fijó que en uno de los reservados vips de paredes de cristal había un grupo de jeques árabes, hablando con un hombre alto, árabe también, pero muy bien parecido, algo mayor que ella, de piel morena y ojos color verde. El chico iba vestido con un elegante traje gris oscuro, por eso se diferenciaba del resto de los hombres, que lucían túnicas blancas, largas hasta los pies, y pañuelos del mismo color en sus cabezas.

La muchacha no perdió el tiempo. En cuanto tuvo ocasión, se lanzó sobre el hombre guapo vestido de traje, que se presentó como Nasser, y resultó ser el jefe de seguridad. Tyra le hizo saber que se sentiría muy feliz si consiguiera colarla en la fiesta que, seguro, los jeques tenían planeada para aquella noche. La chica pensó que si podía convertirse en la amante de algún millonario, ya no tendría necesidad de estudiar para encontrar un buen empleo, y si para conseguirlo tenía que chuparle la polla a Nasser, lo haría encantada. No es que la rubia tuviese mucha experiencia con los hombres, solo había tenido el típico novio de instituto, con quien ni si quiera había perdido la virginidad, pero si a cambio podía conseguir mucho dinero, joyas y ropa cara, podía vender su preciada virginidad a alguno de los jeques. Aunque no tuviese experiencia, era muy vivaz y lanzada.

Así que Tyra siguió a Nasser por los pasillos de las oficinas del circuito, un lugar donde en ese momento no había nadie… Solo una persona. Abdul era el encargado de mantenimiento. Era un chico de 17 años de edad que no servía para estudiar, ni para ninguna otra cosa más, que no fuese limpiar. Era bajito y rechoncho, con el cuerpo cubierto de carnes flácidas. Sus ojos eran saltones y tenía la nariz enorme y ganchuda. Su pelo castaño oscuro siempre parecía sucio y desaliñado, al igual que su rasposa barba. Además sudaba continuamente de manera copiosa, hiciese o no calor, y el aliento le olía a rayos. Vestía con el uniforme básico de su empleo, pantalones tejanos color caqui manchados por varios lugares, y una camisa ocre tan sucia como el resto de su persona.

Abdul llevaba muchos meses trabajando allí, así que sabía que durante la carrera nadie se acercaría por aquel lugar, y más siendo la última del Mundial. Tenía unas cuantas horas para poder disfrutar en soledad. Como tenía ya bastante adelantada la faena, aparcó el carrito con sus utensilios de limpiar en un pasillo y entró en el primer despachó que encontró, el de Nasser. Él sabía que el jefe de seguridad tenía escondido un mini-bar en su garita, y tenía ganas de darse un trago de buen licor.

El encargado de la limpieza entró en el despacho, accedió al mini-bar y se sirvió un buen vaso del mejor whisky. Pero no pudo saborearlo, porque en cuanto acercó la copa a sus secos labios para bebérsela, oyó una voz que venía del pasillo. Era Nasser, hablando en el idioma de la chica:

“Espérame aquí, preciosa. Déjame que mire primero que todo esté en orden.”

“Claro, pero no me hagas esperar demasiado…” respondió Tyra, con voz de gatita.

Abdul, sintiéndose atrapado, cogió la copa con el whisky y fue corriendo a esconderse al único sitio que podía hacerlo, el armario. Era uno de esos con puertas de madera con celosía, las láminas horizontales estaban abiertas y le permitían ver todo lo que ocurría en la habitación. Él no podía ser visto porque su silueta quedaba disimulada con el fondo oscuro.

Nasser entró en el despacho, abrió las luces y fue directo al mini-bar. Abdul no perdía detalle de lo que estaba haciendo. El jefe de seguridad sirvió dos cócteles en sendas copas, y en uno de ellos vertió unas gotas de un pequeño bote transparente y sin etiqueta, que luego volvió a dejar oculto tras las botellas.

“Ya puedes entrar, princesa” le dijo Nasser a Tyra.

La muchacha abrió la puerta y se encontró a su galán ofreciéndole una de las copas.

“No estoy acostumbrada a beber” le respondió ella, pero cogió el vaso y le dio un buen trago.

“Tranquila, preciosa, es un combinado muy suave” le respondió él.

El chico árabe no estaba mintiendo, la bebida era muy ligera. Pero lo que le había puesto dentro era una conocidísima droga usada por violadores, para dejar a su víctima inconsciente. Aunque Tyra había ido hasta allí por voluntad propia, Nasser no quería que la muchacha lo dejara a medias, como le había pasado en más de una ocasión. Esas zorras engreídas y tan hermosas solo estaban interesadas en los jeques millonarios, y a él no le dejaban más que las migajas (es decir, que a ellos dejaban que se las follaran por cualquier agujero, mientras que él tenía que conformarse con una mamada de vez en cuando).

Así que el jefe de seguridad había conseguido aquella droga, que era milagrosa. Primero dejaba a la víctima totalmente inconsciente, así que podía abusar de ellas a placer, y luego, mientras empezaban a despertarse, los efectos del fármaco todavía persistían, y aunque ellas empezaban a ser conscientes de lo que le estaban haciendo a sus cuerpos, no tenían fuerzas ni motivación para negarse. Como si estuvieran inmersas en sus peores pesadillas. Al terminar, Nasser permanecía con ellas, y cuando despertaban, las putas no sabían qué les había pasado. Como sus recuerdos eran confusos, y los síntomas de la droga tan parecidos a los de una buena borrachera, se imaginaban que se habían pasado bebiendo y habían terminado en la cama con él. Era un plan perfecto. Además, follarlas sin su consentimiento, drogadas y tan vulnerables, le ponía a árabe la polla bien dura.

Al beber de su copa Tyra notó el suave sabor de la bebida alcohólica, y creyéndose que era muy suave, se terminó el contenido de la misma muy rápido. Nasser la invitó a sentarse junto a él en el sofá, y empezaron a besarse, mientras las manos del árabe no dejaban de moverse por el voluptuoso cuerpo de aquella criatura celestial. A los pocos minutos la joven pit girl empezó a encontrarse mal. Se separó del hombre con el que se estaba besando, y le comentó:

“No me encuentro bien… Creo que estoy algo mareada”

Nasser se levantó y fue hacia una esquina para darle más potencia al aire acondicionado “¿Mejor así, preciosa?” le preguntó

Pero ella cada vez estaba peor. Intentó ponerse en pie de manera infructuosa. Las piernas le fallaron y volvió a caer sentada sobre el mullido cojín.

“No sé qué me pasa… No puedo levan….” la pobre Tyra no pudo ni terminar la frase, pues había quedado inconsciente, medio tumbada en el sofá.

Abdul, escondido en el armario, no perdía detalle de lo que estaba ocurriendo allí afuera. Era tonto para algunas cosas, pero listo para lo que le interesaba, y sabía que el actual estado de incapacidad de la moza se debía seguramente al extraño líquido que el jefe de seguridad había echado en su bebida. Bebió lo que quedaba de whisky en su vaso y continuó espiando a Nasser, debatiéndose entre las terribles ganas que tenía de saber qué ocurriría a continuación, y la brutal necesidad que había surgido en su interior de ser él quien estuviera allá afuera con esa muchacha extranjera, para meterle su polla por todos los agujeros, reventándola sin contemplaciones. El encargado de mantenimiento sentía su rabo durísimo como una piedra entre sus piernas. Cuando vio que Nasser empezaba a acercarse a la joven inconsciente, él empezó a sobarse el paquete por encima de la ropa.

“Niña, madre mía qué buena estás, ¡joder! Te voy a follar a gusto” dijo el jefe de seguridad, dirigiéndose a la hermosa rubia que dormía de manera obligada en el sofá.

Pero antes de que pudiera ponerle un solo dedo encima, se oyó un atronador estruendo cuyo origen era la pista donde se estaba disputando la carrera. El ruido fue tan potente que incluso Abdul pegó un salto dentro del armario.

“¿¡Pero qué cojones ha sido eso!?” se preguntó Nasser en voz alta, pero acto seguido le sonó la radio y la respuesta le llegó en forma de voz entrecortada y electrónica…

“Nasser… ¡Ha habido un accidente! ¡Varios coches implicados! ¡Piezas sueltas sobre las gradas! ¡¡Público herido!! ¡¡VEN YAAA!!”

El jefe de seguridad se quedó pálido. Él no estaba donde se suponía que debía estar, y le caería una buena bronca por ello, si no es que lo echaban por su irresponsabilidad.

“¡¡Enseguida estoy allí!!” respondió acto seguido.

Echó una última mirada a la rubia desmayada en el sofá, la maldijo entre gruñidos inteligibles, y salió corriendo de allí sin preocuparse de nada más que de sus problemas más apremiantes. La rubia despertaría un rato después, no recordaría nada, ni podría acusarle de haberle hecho nada, porque ¡Joder! ¡No había podido hacerlo! Que se espabilara sola para salir de allí, tampoco era tan difícil.

Cuando los pasos de Nasser alejándose por el pasillo se difuminaron hasta desaparecer, el joven Abdul entreabrió la puerta del armario y asomó su enorme y ganchuda nariz. Parecía que el jefe de seguridad tardaría en volver, por lo que había oído. Y seguro que a la chica le quedaba un buen rato de inconsciencia, pues el que la había drogado pensaba violarla tranquilamente. Igualmente fue hasta el mini-bar, dejó el vaso vacío y cogió el pequeño bote sin etiqueta que estaba escondido tras las botellas, por pura precaución. Si empezaba a abusar de la chica y ésta daba síntomas de estar recobrando la consciencia, podía darle otra dosis y dejarla inconsciente todo el rato que él quisiera. Besó el frasco, sin tocarlo, y se lo guardó en el bolsillo de su camisa sudada.

Entonces se giró y se quedó mirando embobado a la increíblemente hermosa muchacha que había caído en sus horribles garras sin saberlo aún. Le encantaban sus facciones extranjeras, ese largo pelo rubio desparramado por el sofá. Y más aún le gustaba su cuerpo de Diosa. Realmente ese traje de Sexy Cow no dejaba espacio a la imaginación. Cada curva, pliegue y forma de su anatomía quedaba perfilada al milímetro por aquella tela fina y elástica. Los generosos pechos de la chica casi se salían por encima del pronunciado escote, y tal como había quedado tirada sobre los cojines, con las piernas entreabiertas, tenía una visión espectacular de los labios mayores de su coño partidos por la mitad por la costura del traje de pit girl. Era del tipo de hembra que Abdul no podía soñar ni a pedirle la hora. Si ella fuese puta, no le llegaría con el sueldo de un año para pagarle la cuota. Eran dos tipos de seres muy distintos, ella del tipo reina de la belleza, y él más bien un sapo feo y asqueroso al que no querría acercarse ni con guantes. Abdul sabía que no podía desperdiciar esa oportunidad que le había caído del cielo. Abusaría de ese cuerpo inaccesible para él hasta hartarse de correrse, y cuando eso pasara, todavía le daría una vez más por todos sus agujeros de puta calientapollas, para no olvidar jamás esa experiencia, y que ella también le recordara al despertar, por el dolor que sentiría un mes entero por todo su cuerpo.

“Vaquita, no sabes en qué lio te has metido…” susurró con voz lujuriosa en árabe, su idioma natal.

Tyra estaba tumbada medio de lado sobre el sofá, con la cabeza apoyada de lado en el cojín del extremo, el cuerpo ladeado, los brazos caídos a lado y lado, y sus piernas entreabiertas, igual que su boca. Abdul se acercó a ella y se sentó a su lado. Todavía no podía creerse que aquello estuviera ocurriendo en realidad. Pensaba que en cuanto la tocara, ella se desvanecería, como un espejismo en el desierto. Así que alzó la mano y le acarició los labios suavemente, con la yema de sus ásperos dedos. En seguida retiró la mano. Fue un contacto muy breve, pero sintió la calidez que emanaba de aquella dulce boquita al respirar. ¡No había desaparecido! Ella seguía a su lado, completamente inconsciente, dispuesta a recibir de él lo que quisiera darle.

“Quien no arriesga…” se dijo Abdul a sí mismo, para quitarse el miedo que tenía por si ella despertaba.

Tocó una vez más el pequeño frasco en el bolsillo de su pecho, y se dejó de miedos y tonterías. Se puso a cuatro sobre el sofá, apoyando su rodilla derecha entre las piernas de la chica, su mano izquierda se situó sobre el respaldo, y se inclinó hasta que sus rostros quedaron separados por unos pocos centímetros. Eran la bella y la bestia. El encargado de mantenimiento bajito y rechoncho situó sus labios más o menos encima de los de la chica rubia, no encajaron perfectamente, pero no le importó. Empezó a besarla muy despacio. Su pútrido aliento penetraba en la cavidad bucal de la bella dama cada vez que él respiraba. Su precaución inicial dio paso pronto a un impetuoso deseo, agarró a Tyra por la nuca y presionó su boca contra la de él, atreviéndose a meterle la lengua muy profundo dentro de su boquita, que sabía dulce como el caramelo. Su espesa barba rozando la fina piel de la chica empezó a causarle una leve rojez en la zona circundante a sus labios, y un hilo de su baba empezó a resbalarle a la muchacha por el costado de su boca.

“Estás demasiado buena, vaquita, la culpa es toda tuya por ir provocando con estas ropas” dijo el de mantenimiento, en un momento que separó su boca de la de ella.

La mano con la que sujetaba la nuca de Tyra se movió, para situarse sobre su generoso escote. Al sentir lo suaves y mullidas que eran las tetas de esa cría, Abdul varió levemente el peso de su cuerpo hacia la otra pierna, para poder usar ambas manos. Sin abrir la cremallera, bajó la tela del escote tirando de ella con fuerza, provocando así que las tetas de la adolescente amerciana salieran de golpe por arriba. Eran grandes, firmes, y lucían en la cumbre unos pezones preciosos.

“¿Sacarás leche si te ordeño?” preguntó Abdul, a modo de burla, siempre hablándole en árabe.

Acto seguido se amorró a uno de los pezones y empezó a succionar con vigor, como si de verdad esperara que empezase a salirle leche de las ubres a la chica sexy. Usaba su otra mano para apretujar el pecho contrario, y cuando pasado el rato se cansó de babear esa teta, la cambió por la otra, que incluso se atrevió a morder, dejándole una marca en esa fina piel. Su polla le palpitaba de manera intensa dentro de los pantalones. Quería romperle el coño a esa puta, y quería hacerlo ya.

“Tranquila, que yo sí que tengo leche para darte… ¡Toda la que quieras! ¡Jajajaja!” dijo riéndose, el pervertido.

Abdul reculó, quedando arrodillado sobre el suelo, situado entre las piernas de Tyra. A pesar de que tenía unas ganas imperiosas de penetrarla con su dura verga, no quería quitarle ese traje de Sexy Cow que tan hermoso le quedaba. Sacó su pequeña navaja del bolsillo posterior de sus pantalones y apoyó la afilada punta sobre la costura que separaba los labios vaginales de la rubia por en medio. No necesitó  hacer demasiada presión para cortar los hilos. Poco a poco, del lado de la tela rasgada, iba apareciendo el coño de la pit girl. Se veía apetecible, jugoso, de carne rosadita y unos pocos vellos rizados cortos y rubios por encima. El violador solo cortó la parte justa donde estaba su vagina.

“No te quejes, que voy a darte también placer a ti con mi lengua, vaquita” comentó el moro.

Todavía con la navaja en su mano derecha, Abdul abrió los labios vaginales de Tyra, que estaban apretados por la presión de la tela elástica, y miró en su interior. Se veía limpio y hermoso. No lo pensó dos veces. Puso su boca sobre la raja seca de la rubia y empezó a chuparle ahí abajo con total dedicación. Empezó pasándole su sinhueso a lametazos, como si fuese un perro, por todo el exterior de la vagina, y cuando estuvo bien humedecida, introdujo su lengua sucia lo más profundo que pudo en esa cueva prohibida y empezó a follarla con ella.

“Hhhmmmm….” la rubia dejó escapar un leve jadeo.

Abdul, asustado, separó su boca del coño de la rubia y la miró fijamente, sin moverse ¿Es que se había despertado? Pero ella no daba señales de vida. Permanecía con los ojos cerrados y su respiración acompasada. Tal vez sus mejillas se veían un poco más sonrosadas que antes.

“Te gusta lo que te hago ¿Verdad, puta?” preguntó.

Sin esperar respuesta por parte de la joven dormida, el árabe atrapó su clítoris con los dientes y empezó a succionar con intensidad, insistiendo todo el rato en ese punto clave de la anatomía femenina. Los jadeos de Tyra iban poco a poco en aumento, aunque seguía sin despertarse. Abdul no apartaba la mirada del bello rostro de ella por si acaso. La rubia abrió un poco más las piernas, y una espesa humedad translúcida empezó a mojar el interior de la vagina de ella. El moro no se lo podía creer ¡La muy puta se estaba poniendo cachonda de verdad con su comida de coño!

“Pues esto te va a gustar todavía más” dijo, mientras se bajaba la cremallera de sus pantalones de trabajo.

Cuando Abdul sacó al fin su polla a la luz, un poderoso hedor a suciedad y sudor inundó la estancia. Incluso había un leve trasfondo de orín. El árabe tenía una polla gruesa como pocas, completamente surcada de sobresalientes venas, con un glande hinchado algo más grande que el tronco. Tenía una espesa mata de pelo negro cubriendo sus huevos, que era muy parecida a la espesa barba que poblaba su mentón. El joven se masturbó despacio, mientras miraba hipnóticamente a la hermosa muchacha que iba a follarse.

Decidió situar a su víctima de una forma distinta, para poder violarla con mayor facilidad. Tumbó a Tyra completamente sobre el sofá, con su cabeza inclinada sobre el reposabrazos, una de sus piernas situada encima del respaldo, y la otra cayendo por el asiento, con su pie sobre el suelo. Permanecía vestida con ese traje de Sexy Cow que volvía loco de excitación al moro, y los labios de su coño, hinchados y brillantes por la comida que le acababa de hacer, asomaban lujuriosos entre sus piernas. Era una visión espectacular. Al encargado de mantenimiento le dolían ya los huevos del rato que hacía que se sentía a punto de explotar.

“Aquí viene tu semental, vaquita. Voy a inseminarte para que te preñes, y des leche de verdad” le dijo Abdul.

Se situó tumbado encima de ella y se agarró el pétreo rabo con la diestra. Al principio no lograba encontrar el camino a la cueva, por lo apretados que estaban sus labios inferiores con la pequeña raja que había hecho a su traje. Pero tras unos torpes e infructuosos intentos, se ayudó con su otra mano, abriéndole la raja a la adolescente dormida, y entonces sí que notó esas carnes prietas, cálidas y húmedas abrazándole el glande. Lo había dejado situado justo en su entrada. Incluso le temblaron momentáneamente las piernas solo imaginándose lo mucho que iba a disfrutar follándose a esa ninfa rubia. Abdul puso sus manos sobre las mejillas de la muchacha y miró su cara mientras la penetraba todo lo despacio que podía. Los jugos de ella y la saliva de él hacían más sencillo el trabajo, pero igualmente ese conducto estaba mucho más estrecho de lo que esperaba, y tenía que ejercer una gran fuerza controlada para irle insertando su gordo glande centímetro a centímetro.

Tyra jadeaba levemente, como antes cuando le comió el coño “Hhhhhhhmmmm….”

Cuando el moro llevaba solamente una cuarta parte del camino recorrido, es decir que tenía casi toda su polla fuera del coño de ella, la punta de su glande chocó con una barrera firme, pero elástica que le impidió seguir avanzando. El chico tanteó el terreno presionando un poco más en aquella zona con su hinchado glande, pero no podía pasar. Una idea increíble a la par que asombrosa le pasó por la cabeza.

“¡¡Eres virgen!! ¡Te has reservado para mí! ¡No me lo puedo creer!” exclamó, hinchado de alegría.

Si follarse a esa rubia era un deseo inalcanzable, que ella fuese virgen era ya la guinda del pastel.

“Cuando me corra dentro de ti te dejaré preñada, y no voy a tener ninguna duda de que ese hijo es mío. Seréis mi vaca lechera y mi lindo ternero…” comentó, medio enloquecido por la buena suerte que estaba teniendo. Besó apasionadamente a la joven, sintiéndose muy dichoso por tenerla abierta de piernas y ofrecida sin reparos para que él la montara.

Con todo el placer del mundo acumulado en su polla y sus huevos, Abdul empezó a empujar cada vez con más fuerza, sintiendo como esa fina membrana solo resistía un poco más su envite, y finalmente se rompía, dándole paso al fin a ese angosto canal, no penetrado hasta la fecha por ninguna otra polla salvo la suya. Pocos hombres en la tierra sabían lo que estaba sintiendo él en ese preciso momento. La poderosa lujuria, el morbo, la excitación, todas ellas emociones poderosísimas que lo embargaron por completo. La pobre rubia frunció el ceño y soltó un gemido más fuerte que los anteriores cuando su virginidad fue robada por el encargado de mantenimiento moro.

“¡Aaaaaahhhhhhmmm…!” pero seguía sin despertarse.

El violador apoyó su frente sudada sobre el hombro de Tyra y empezó a follarla con todas sus ganas. La potencia de sus embestidas era casi inhumana. El cuerpo inerte de la chica se balanceaba sin cesar hacia un lado y hacia el otro, al ritmo de los furiosos golpes de cadera de Abdul contra su entrepierna. Los pelos rubios de su coño se tiñeron de carmesí cuando la sangre de su inocencia perdida empezó a manar de su raja maltrecha. El chico sudaba de manera tan abundante que estaba empapando el cuerpo inerte de la adolescente.

“¡¡Aaaaah!! ¡¡AAaaaahhh!! ¡¡Qué buena estás PUTA!! ¡¡Joder qué coño tienes!!” gritaba enardecido el  moro que acababa de deshonrarla.

“¡Hmmm.... Hhhmmmm.... Hhhhmmmmm....!” Tyra gemía en sueños al ritmo de la follada del moro.

Sin dejar de embestirla con aquella pasión desmedida, Abdul empezó a besar y mordisquear todo cacho de piel que caía cerca de su boca, tanto la oreja, como el cuello, mandíbula, esas hermosas tetas, incluso volvió a besarla mientras la violaba a un ritmo devastador. Su polla era gorda y tan áspera como sus manos. Debía estar dejándole ese conducto bien irritado ¡Y le encantaba pensarlo! Pero hacía demasiado rato que se aguantaba las ganas de correrse, y ese coño virgen y tan estrecho no le ayudaba nada a contener sus ganas de eyacular, así que en menos de cinco minutos, Abdul, el encargado de mantenimiento de carnes flácidas y aliento pestilente, empujó unas pocas y potentísimas veces más contra el cuerpo inerte de la chica rubia, y finalmente le dejó su polla empalada hasta lo más profundo que pudo llegar y empezó a correrse de manera tan abundante, que él mismo estaba alucinado con ello. Era tan excesiva la cantidad de semen que salió disparado de su rabo, que pronto el coño de Tyra empezó a rebosar de ese líquido blanco y fétido que le salía al moro de la polla.

“¡¡TOMA ZORRRRRAAAAAAHHHHH TOMAAAAA PREÑATEEEE CON MI LECHEEEE GUARRRRRAAAAHHHHHHH!!” gritó entre fuertes jadeos de éxtasis, mientras se corría.

5 comentarios:

  1. Muy buenos tus relatos Doncella. Me han puesto palote incluso los de Ricky, y eso que no me atrae lo gay, pero sobre todo son buenisimos los de no consentido como este ultimo de la vaquita. Sigue asi, y no nos dejes tanto tiempo sin nuevos relatos!!! Un beso.

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  2. Querido Fritanga,

    Creo que ya te respondí por mail, pero volveré a decirlo, por si las moscas. ¡Muchas gracias por tus comentarios! Intentaré no tardar tanto en colgar los siguientes relatos.

    Un beso,

    La Doncella Audaz

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  3. No me llego tu email Doncella, por eso no he visto tu comentario hasta ahora que he vuelto a pasarme por tu página. Mil gracias a ti por hacernos pasar tan buenos ratos con tus relatos, sin duda de los mejores que he leido nunca. Otro beso.

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  4. uuuuffff tus relatos tienen el encanto de lo bonit y morboso , me pones malisimo ,espero cuelgues muchos relatos mas.

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  5. Querido holana, me alegro mucho de que te hayan gustado. Mi intención es no dejar nunca este hermoso hobby que me encanta y entretiene. Un beso!

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