Cuando llegaron a su destino quedaron alucinados. Ricky
condujo el coche, atravesando una reja metálica y un gran jardín, y lo detuvo
en la zona de aparcamiento que había frente a la entrada principal de la
mansión. El edificio, que rezumaba lujo aun sin haber entrado en él, estaba
situado junto al mar. No podían verlo, pero al otro lado de la casa, en el
jardín trasero con piscina, había unas escaleras que bajaban hasta la playa
privada del dueño de la casa. La pintura de las paredes exteriores era de un
blanco tan reluciente, aun siendo de noche, que parecía recién pintada la
semana anterior, y tenía el techo plano de pizarra negra. En total la mansión
tenía tres pisos de altura, la planta baja, el piso superior y el sótano. Ricky
ordenó a sus sumisos que se bajaran del coche:
“Esperad aquí, cerdas” les dijo, señalando el costado del
vehículo. Él se apeó también y les dio las últimas órdenes antes de entrar:
“Ya sabéis qué está en juego en esta
reunión” el perro
callejero miró fijamente a Luis, el más sumiso de los hermanos, y luego clavó
sus pupilas esmeraldas en los ojos azules de Saúl, el más joven de los dos:
“Como hagáis alguna tontería, como me
hagáis quedar mal delante de nuestro anfitrión, esto se habrá terminado.
Volveréis a casa a patita y no querré saber nada más del culpable por el resto
de su puta vida ¡¿Os ha quedado claro?!”
Ricky confiaba plenamente en Luis, había sido su sumiso
desde hacía muchos años, y además le había demostrado en infinidad de ocasiones
que le era completamente leal. Por muy humillantes o dolorosas que fuesen las
pruebas que le ponía, siempre cumplía con su obligación de esclavo. Pero Saúl…
ese mocoso era harina de otro costal. No se fiaba ni un pelo de él, era el que
más posibilidades tenía de meter la pata, de rebelarse ante aquel anfitrión tan
importante y poderoso. Y precisamente por ello pensaba ponerle a prueba con más
ahínco que a su hermano mayor. Ya iba siendo hora de que esa puta marica le
demostrara de verdad que era su sumiso esclavo, con todas las consecuencias que
ello traía consigo. Y si le fallaba, no tendría misericordia con él, por mucho
que le gustara su compañía. Lo alejaría sin sentir remordimientos y se quedaría
solo con Luis.
Ricky se ponía serio con aquel asunto porque el dueño de
la mansión en la que iban a pasar unos días de vacaciones era ni más ni menos
que Don Cornelio Romannetti, un peligroso narcotraficante, metido en asuntos de
venta de armas, trata de blancas, y bueno, cualquier cuestión que fuese ilegal
y reportase mucho dinero. Don Romannetti era bien conocido en aquella ciudad,
tanto por los jefes de policía y jueces, a quienes tenía comprados, como por el
resto de bandas mafiosas que operaban allí, y siempre procuraban no meterse en
su territorio.
El perro callejero había conocido a Don Cornelio por un
amigo común de ambos, un delincuente de poca monta del barrio, con quien se
había emborrachado y junto a quien había cometido más de un robo. A través de
ese contacto, Ricky recibió la orden del Don para realizar un par de
trabajillos sucios para él, y como había demostrado su valía y además le había
caído en gracia al Don al saber que tenía dos hermanos sumisos bajo su mando,
el mafioso le había invitado a pasar unos días con él en su casita de la playa,
para que ambos pudieran conocer a los esclavos del otro, y si todo iba bien,
para que le hiciera algún encargo más importante que los anteriores, y que le
reportara una mayor ganancia económica a Ricky. Por eso aquella reunión era tan
importante para el moreno.
Ricky les dio los últimos mandatos a los dos jóvenes
rubios:
“Tú responderás al nombre de Cerda
Comepollas” le
dijo a Luis, quien tenía ese apodo grabado en la chapa de su collar de cuero
negro “Y tú serás la Puta Insaciable”
le señaló al menor de los tres.
“Tenéis que mantener la mirada fija al
suelo. ¡Y nada de hablar sin permiso!” el Macho Semental no estaba dispuesto a ser ridiculizado
por ninguno de esos dos estúpidos “Ahora
seguidme”
Ricky abrió la marcha, empezando a caminar en dirección a
la entrada principal de la mansión. Luis y Saúl le seguían unos pasos por
detrás, caminando de manera dificultosa con los zapatos de tacón de aguja rojos
que llevaban. Ambos hermanos estaban completamente desnudos, su Dueño les había
puesto en sus pitos erectos unos aparatos de cuero negro, como sus collares,
que les impedía correrse. Además todavía llevaban puestos los plugs anales, sin
vibración en ese momento. Iban maquillados como putas, con los labios carmesí,
rímel en las pestañas y mucho colorete. Y para rematar, aquel cascabel plateado
que Luis lucía en su pezón derecho y Saúl en el izquierdo, y que tintineaban a
cada paso inseguro que daban.
El Semental llegó frente a la puerta, se detuvo y llamó
al timbre. Los hermanos sumisos esperaban con la vista fija al suelo detrás de
él. Al poco rato, la puerta se abrió, y una hermosísima muchacha de unos veinte
años de edad les abrió la puerta. Era más alta que los hermanos, pero más
bajita que Ricky. Tenía el pelo largo por debajo de los hombros, algo rizado,
de tonalidad cobrizo dorada preciosa, y sus ojos eran color miel. Iba
agradablemente maquillada. Su atuendo le encajaba como un guante en su delgado
cuerpecito de ninfa. Vestía un coqueto traje de sirvienta compuesto por un
vestido que le cubría apenas el trasero. Bajo la falda de vuelo color negra
tenía varias capas de volantes blancos. Su cinturita de avispa quedaba bien
marcada por el corpiño negro, con lazos cruzados blancos, que le llegaba por
debajo del busto, y sus pequeños pechos estaban tapados por una camisa blanca
tan fina que podía entreverse el tono más oscuro de sus aureolas.
“Buenas noches, Señor Ricky” le saludó la muchacha, inclinándose en
una leve reverencia.
“Buenas noches, Don Romannetti me está
esperando” le respondió él,
igual de amable, y sin poder evitar sentir su polla endurecerse con la
increíble belleza de esa muchacha. Al perro callejero tanto le eran los coños
como los culos, aunque tenía preferencia por follarse a chicos, no le hacía
ascos a un buen coño como ése, si se le daba la ocasión. Ricky deseó que la
joven doncella participase en su reunión de esa noche. Si no ya encontraría la
manera de follársela.
Curiosamente, la joven sirvienta no prestó demasiada
atención a los dos jóvenes rubios que acompañaban al Semental, completamente
desnudos y maquillados como putas. Como si estuviese más que acostumbrada a
escenas como aquella en su vida diaria.
“Síganme, por aquí por favor” les indicó la doncella, y empezó a
caminar por un largo pasillo.
Ricky, escoltado por sus dos sumisos, seguía los pasos de
la preciosa muchacha. Había llegado la hora de la verdad. Aquella iba a ser su
primera entrevista seria con Don Cornelio, y todo tenía que salir bien. La
criada giró por una esquina, los chicos que la seguían hicieron igual, y
finalmente se detuvo ante una alta puerta que permanecía cerrada.
“Don Cornelio Romannetti les atenderá
en el salón” anunció la joven
con esa musical voz que tenía. Abrió la puerta y dejó que entraran primero
ellos, luego pasó ella y cerró la puerta tras de sí.
El salón donde se encontraban era una opulenta muestra de
vanidad. Todo era lujoso y caro, desde los sillones, pasando por las lámparas y
los objetos de decoración. En un rincón había una chimenea, apagada, con
apliques de pan de oro por todo el borde. A Ricky personalmente no le agradaba
ese tipo de decoración, pero sí que le gustaba que su anfitrión tuviese
suficiente dinero como para poderse permitir derrocharlo en cosas como
aquellas.
“Buona notte, amico mio” le saludó el dueño de la casa.
Don Romannetti estaba sentado en uno de los confortables
sillones beige de tres amplias plazas. Era un hombre de cerca de 50 años de
edad. Tenía el pelo salpicado con algunas canas, castaño, un poco largo y
engominado hacia atrás. A pesar de su edad, el Don no había perdido su encanto.
Se notaba que de joven tendría que haber sido un muchacho hermoso, y todavía
conservaba mucho de ese atractivo en su madurez. Sus ojos eran marrón oscuro.
Llevaba puesta una bata de estar por casa de marca, color gris oscuro con los
bordes granates.
A lado y lado del anfitrión, tumbados en el sofá, había
dos muchachos que parecían ser más jóvenes que Saúl. Los niños tenían rasgos
asiáticos, eran muy lindos, con el pelo y sus orbes completamente negros. Ambos
pequeños estaban completamente desnudos y acariciaban las piernas y la
entrepierna del Don, como exigiéndole que les dedicara sus atenciones como
Amo.
“Buenas noches, Don Cornelio. Veo que
le gusta rodearse de cosas hermosas.” Comentó Ricky, mirando primero a los dos niños del sofá,
y luego repasando con la vista a la hermosa criada que les había atendido al
entrar.
Don Cornelio soltó una carcajada “Jajajajaja, si amico, adoro todo lo bello de esta vida”
El Don acarició la cabecita de sus dos jóvenes esclavos y
le explicó a Ricky de dónde los había sacado:
“Hace unos años una pareja de
comerciantes vietnamitas, inmigrantes ilegales, me pidió ciertos favores. Yo
cumplí con mi parte del trato, pero ellos no me devolvieron el dinero a tiempo.
Les di dos avisos. No hubo tercero. Ordené matarles, y adopté a sus dos hijos,
Thian y Phuo, como míos. Les he estado entrenando desde el primer día que
entraron a vivir conmigo para que sepan atenderme como deseo, casi diría que
empezaron antes a mamar polla que a hablar ¡Jajaja!”
Ricky procuraba no mostrar rastro de emociones en su
hermoso rostro, pero Saúl y Luis sí que pensaron que ése mafioso era un
lunático pederasta que merecía que le colgaran de los huevos por los que les
había hecho a esos niños. Ni si quiera tenían la voluntad de replicarle nada
mientras su Dueño se vanagloriaba de haber asesinado a sus pobres padres… a
saber qué les estaba pasando por esas bellas cabecitas en ese momento.
Entonces el mafioso hizo un gesto con la mano y la dulce
criada se acercó en silencio a donde él estaba sentado. Don Romannetti puso su
mano bajo la falda de la muchacha y le estrujó el culo con todas sus ganas.
“No te dejes engañar, esta chica tan
hermosa no es una doncella…” el
Don levantó entonces la parte delantera de la falda de la criada y asomó a la
vista de los asombrados chicos un diminuto pito, más pequeño que el de Luis
incluso. El perro callejero abrió mucho sus ojos y le preguntó sorprendido:
“Entonces… ¿¿Es un chico??”
Don Cornelio se estaba divirtiendo de lo lindo con todo
aquello.
“Si, es il mio figlio… mi hijo
mayor, Adrián. Pero le cambié el nombre, ahora se le conoce como Miele, porque
es tan dolce como la miel”
“¿En serio? ¿Su hijo Adrián? ¿Y cómo puede ser
que tenga pechos? ¿Está operado?” la curiosidad de Ricky por ese andrógino medio muchacho
medio muchacha iba en aumento.
El Don se levantó del sofá, puso sus manazas sobre las
tetitas de Miele y rasgó la fina tela de la camisa blanca, dejando a la vista
de su invitado dos pechos incipientes, como de adolescente, a medio
desarrollar, pero suaves y firmes. Una delicia de tetas.
“No está operado, todo es natural. Acércate,
puedes tocárselas si quieres.” le dijo Don Romannetti.
Ricky no se lo hizo repetir dos veces. Fue donde estaba
Miele y empezó a sobarle las mamas con todo su descaro.
“No lo hemos operado. Adrián siempre
fue la viva imagen de su madre, y su carácter ha sido invariablemente sumiso y
complaciente desde que nació. Así que empecé a medicarle con estrógenos antes
de que llegara a la pubertad. Nunca ha desarrollado sus músculos, ni le ha
salido bello facial ni en otros lados. Tampoco se le ha cambiado el tono de
voz. Es como si su cuerpo estuviera mutando al de una joven adolescente, pero
con un pito colgándole de las piernas. Aunque eso en vez de crecerle le está
menguando, igual que sus pelotas. Casi no puede ni soltar esperma.”
Algunos hombres rechazarían sin pensarlo a aquel engendro
medio macho medio fémina, pero Ricky veía en él lo mismo que había visto su
propio padre, el Don. Adrián tenía justo todas las ventajas de ambos sexos. Era
como poder follar con dos esclavos a la vez, chico y chica, todo embutido,
perfumado y hermosísimamente presentado en forma de criada. El Semental no
podía dejar de masajear las tetas del hijo de su anfitrión, incluso pegó su
boca al pezón para chuparlo, mientras bajaba una de sus manos para agarrarle
sus firmes nalgas. Decididamente no se marcharía de allí sin haber catado ese
culo y ese cuerpo únicos y de infarto.
“Veo que te ha gustado Miele, eso está
bien amico mío, es todo tuyo. Te complacerá en cualquier orden que le
des.” dijo entonces Don
Romannetti “Dime, ¿Quiénes son estos dos
jóvenes que te acompañan?” preguntó el mafioso, acercándose a Luis y Saúl.
Los hermanos bajaron inmediatamente la vista al suelo (no
habían podido evitar mirar lo que su Dueño estaba haciendo con ese transexual)
y permanecieron quietos y con los corazones latiéndoles fuerte en el pecho. Don
Cornelio acercó su mano al collar del más joven y leyó la inscripción “Puta Insaciable… jajaja qué
ocurrente eres amico” luego hizo lo mismo con el hermano mayor “Cerda Comepollas… ¡Benne Benne!
Dos hermosas puttane con las que divertirme. ¡Bien hecho, amico
Ricky!”
El perro callejero estaba hinchado de orgullo con el
visto bueno del mafioso. Además de conseguir trabajo y un buen dinero de él, se
follaría a su hijo Adrián, que era una hermosura de andrógino. Y tampoco es que
le apenara demasiado tener que reventarle el culo a pollazos a sus dos pequeños
sumisos asiáticos, si se daba la ocasión de hacerlo. En realidad, cuanto más
estrecho era el culo que follaba más placer le daba, así que pensó sería toda
una delicia probarlos, ni que fuese una ocasión. Pero primero terminaría con lo
que tenía entre manos, el adorable y sensual cuerpo del dulce Miele.
Ricky separó sus lascivos labios del pezón de Miele y le
explicó el origen de los hermanos a Don Cornelio:
“Hace 4 años repetí curso y me metieron
en la misma clase que Luis, la Cerda Comepollas” mientras el perro callejero hablaba,
el Don empezó a sobarle el cuerpo al joven rubio del que estaba hablando. El
hombre maduro pasaba sus dedos por la espalda, los pezones y el trasero del
menor.
“El imbécil era el hazmerreír de toda
la escuela, todos abusaban de él y le daban palizas. Yo había visto en una
película un tipo que tenía a otro de esclavo y me dio curiosidad por saber qué
sería aquello, así que le obligué a ser mi sumiso. Él aceptó encantado el
trato, tragándose mi lapo delante de toda la clase.” comentó el Macho.
Don Romannetti sonreía “Ah, una frágil mariposa, igualito que il mio figlio Adrián.”
“Si, primero lo utilizaba solo para
hacerme los deberes, llevarme la mochila y traerme la merienda, pero un día
estropeó una cita que tenía con una chica y con el cabreo le obligué a chuparme
la polla. Desde entonces lo sigo amaestrando como mi zorra.” añadió después el moreno de ojos
esmeralda.
“¿Y la Puta Insaciable de dónde
salió, amico Ricky?”
preguntó entonces el mafioso, dejando de sobar a Luis y empezando a manosear el
cuerpo desnudo de Saúl.
“Él es Saúl, el hermano menor de la
Cerda” aclaró el perro
callejero “Insistía que no era marica,
pero un día espió a su hermano mientras me la chupaba y se corrió del gusto.
Pronto le follé el culo y le convertí en mi nuevo esclavo.”
El Don no dejaba de sonreír, él también se sentía
afortunado de poder tener carne fresca en el menú. Y más si se trataba de dos
jóvenes hermosos y bien educados como aquellos dos sumisos que tenía ante él.
Saúl procuraba calmarse. Por fortuna el anfitrión al que Ricky pretendía
cederles sus servicios sexuales era un tipo agradable. Era mayor, sí, pero
guapo. No era un viejo asqueroso como don Fermín, el director de la escuela, o
como ese camionero que había intentado alquilarles en el área de servicio.
Aunque odiaba la idea de tener en su boca o en su culo la polla de otro hombre
que no fuese su amado Amo, ya que tenía que joderse y obedecer, por lo menos
sería con un tipo medianamente soportable. Luis opinaba lo mismo que él. Ser
follado por ser follado que fuese por ese mafioso Semental, mejor que con
cualquier otro engendro.
“Ah, son hermanos. Eso me gusta.” Terció el hombre de pelo castaño.
Y como si hubiesen dado el pistoletazo de salida, sin
mediar más palabras, tanto Ricky como Don Cornelio empezaron cada uno con lo
suyo.
El mafioso se había vuelto a sentar en el sofá, con sus
dulces querubines asiáticos a lado y lado.
“Tú, Cerda, haz honor a tu nombre y
chúpamela un rato” fue
la orden que le dio a Luis.
“Y tú, Puta Insaciable, enséñame bien
tu culo, quiero ver qué llevas ahí puesto” le dijo a Saúl.
El menor de los hermanos se puso sobre Luis, que estaba
entretenido mamándole la polla al hombre, de pie, con cada pierna a un lado de
su cuerpo. Se situó de espaldas al mafioso, inclinó su cuerpo hacia delante y
se abrió él mismo las nalgas, para mostrarle el plug que tenía insertado en el
ano. Don Romannetti alargó la mano y empezó a meter y sacar el plug del culo de
Saúl, dándole mucho placer.
Por otro lado, Ricky se había quedado a solas con la
tierna Miele. Después de saciarse lamiéndole y mordisqueándole ambos pechos, se
tumbó en el otro sofá y ordenó al chico andrógino que se subiera sobre él,
mirando hacia abajo. Miele había empezado a chuparle la polla con suma
satisfacción, al tiempo que el perro callejero le lamía las pelotas, el perineo
y su firme pero femenino trasero. Ricky metía y sacaba su lengua del agujero
posterior del hijo del mafioso, y había empezado a meterle un par de dedos
cuando de repente la puerta se abrió y entró alguien en la estancia. Todos se
quedaron parados mirándole.
“Buenas noches, padre. Veo que habéis
empezado la fiesta sin mí”
El que había hablado era sin duda el hijo menor biológico
de Don Cornelio. Tenía exactamente los mismos rasgos varoniles y hermosos de su
padre, pero en versión adolescente. Incluso se diría que en sus ojos brillaba
una luz de maldad que su padre no tenía. Ojos marrones, pelo castaño algo largo
peinado hacia atrás. De la misma edad que Saúl. Vestía un lujoso traje y se le
marcaba un buen paquete.
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