El resto de semana no se le vio el pelo a don Fermín por
la escuela. Los chicos no sabían si es que se había cogido la baja por la
tremenda paliza de Ricky, o si les tenía tanto miedo que no volvería jamás
allí. Pero les daba absolutamente igual. Ellos tenían otras cosas de las que
preocuparse, como por ejemplo el cercano viaje que harían los tres. Durante esa
semana, el perro callejero usó mucho más de lo habitual la boca de Saúl para
que le diese placer, como si deseara borrar cualquier rastro que hubiese
quedado allí de la corrida de don Fermín, llenándole él una y otra vez la boca
con su corrida de Macho. Como si estuviera marcándole la puta boca como de su
propiedad. A Luis eso le entristeció un poco, porque se sentía algo ignorado y
desplazado, pero Saúl disfrutó como nunca de los privilegios que le estaba
dando su Semental, pues él mismo deseaba tragarse la espesa leche de su Dueño,
y que su rico sabor y aroma borrasen de su memoria el asqueroso sabor de la
corrida del viejo.
El viernes, el día del viaje, ambos hermanos se
despertaron muy pronto con la salida del sol. Como siempre, su madre pasaría
todo el día fuera trabajando. Ya le habían dicho que se marchaban de excursión
con la escuela, y les dio permiso para hacerlo. Pero cuando llegase a casa y
viese que le faltaban todas esas prendas de ropa y el maquillaje, seguro que le
iba a dar algo. La bronca que les caería al volver iba a ser monumental, cosa
que realmente le preocupaba mucho más a Luis que a Saúl.
Lo primero que hicieron los hermanos fue bajar a
desayunar. Luis preparó todo mientras el menor esperaba en el comedor viendo la
tele. Comieron juntos, y luego Saúl fue a meterse en la ducha. Quería estar
perfectamente limpio para la ocasión. Mientras el menor se aseaba, Luis preparó
algo de comida para llevar. No sabía lo largo que sería el viaje, pero pensó
que no estaría de más llevar algo que comer, así que se puso un chándal, salió
a la calle a comprar, y preparó unos bocadillos de carne de ternera que olían
fantásticos. También cogería unas cervezas y una botella grande de agua, podía
meterlas con hielo en la mini-nevera que tenían para ir a la playa en verano, y
así tendrían también con que refrigerarse.
Saúl terminó de prepararse, se peinó y se vistió con la
ropa que mejor le quedaba. Unos pantalones de camuflaje, cortos por las
rodillas, que le marcaban el culo y el paquete, muy apretados, y en la parte de
arriba una camisa sin mangas verde oscura, marcándole su fino cuerpo de niño
chico. Luis subió entonces y ambos cogieron de la habitación de su madre los
pares de prendas que ya tenían escogidas con anterioridad, los conjuntos de
sujetador y tanga, las faldas cortas, los zapatos de tacón de aguja, y el
maquillaje. Metieron en la maleta todas aquellas cosas, y entonces fue Luis a
ducharse, mientras Saúl se quedaba jugando a la consola en su habitación.
Por mucho que los hermanos hubiesen madrugado por los nervios,
Ricky no llegó hasta pasado el mediodía. Los jóvenes rubios no habían comido
nada porque el desayuno había sido abundante, y cuanto más se acercaba la hora
de irse, mayor era su nerviosismo. Además, Luis había preparado los bocadillos
por si les entraba hambre por el camino. El mayor de los hermanos se había
vestido con unos tejanos muy cortos, parecían más de chica que de chico, de
esos que dejan los cachetes al aire por debajo del trasero, y llevaba una
camisa lisa naranja encima. Si fuera por él no se vestiría de esa manera, pero
Ricky le comentó una vez que le gustaban los chicos que vestían de manera
provocativa, y ya que iban a estar solos los tres y alejados del barrio y de la
escuela, podía soltarse un poco y vestir de esa manera tan vergonzosa solo para
complacer a su Amo. Esperaba poder recuperar algo de su atención en aquel
viaje, comportándose como el sumiso ejemplar.
Ricky aparcó el coche, que seguramente era robado, frente
a la casa de sus putas. Saúl y Luis salieron con la maleta, la mini-nevera y la
bolsa con los bocadillos en las manos. El perro lucía unos tejanos negros y
camiseta del mismo color, con una calavera blanca en la espalda. Estaba
guapísimo.
“Putas” dijo el perro callejero a modo de
saludo.
“Buenos días mi Señor” le respondió el mayor, sintiendo la
fiera mirada de su Amo recorriendo sus delgadas y firmes piernas desnudas, y
luego su paquete. Se excitó al momento.
“Hola Ricky” añadió el más joven de los tres, que
también tuvo un repaso visual exhaustivo por parte de su Dueño por lo guapo que
se había puesto para la ocasión. Su pito empezó a cobrar vida propia.
“Dije que lo único que podíais
llevar para el viaje era lo que os ordené meter en la maleta” les dijo Ricky, con cierto tono de
sarcasmo en la voz “Dejad toda la ropa
en el asiento del copiloto” fue su siguiente mandato.
Saúl y Luis se quedaron perplejos con aquella última
orden. ¿En serio tenían que desnudarse ahí en medio de la calle? ¿Delante de su
propia casa? ¡Podía pasar cualquier conocido y verles!
“Ya sabéis como va esto. Al que no me
obedezca lo dejo en casa.”
Ratificó el perro callejero, mientras sacaba algo de la guantera.
Luis fue el primero en reaccionar, y empezó a quitarse la
ropa despacio, sin protestar. Pero Saúl tenía un carácter mucho más peleón, y
dijo:
“¡Esto es una locura, Ricky!”
El Semental le ignoró completamente, como si oyera
llover, así que Saúl empezó a desnudarse también, a regañadientes. Antes de
seguir adelante, Ricky observó y se deleitó con esos dos delgados cuerpos que
se exponían al ridículo público por su mero placer. Ambos hermanos eran flacos
y bajitos, aunque Saúl era un pelín más alto que Luis. Los dos tenían el pelo
corto y rubio, la piel blanca y los ojos azules. El rostro de Luis tenía la
etérea belleza de un ángel. Saúl en cambio poseía la belleza salvaje de un
demonio enfurecido.
“Las manos sobre el capó y abrid bien
vuestros culos de guarras” les
dijo Ricky.
Los pobres hermanos sumisos estaban muertos de vergüenza,
el pequeño más que el mayor, pero no estaban dispuestos a perderse ese viaje
con su Amo por nada, así que cuanto antes terminasen con eso mucho mejor. Una
vez estuvieron puestos tal como el perro callejero les había pedido, éste
procedió primero con Luis. Le escupió un gran lapo directo a su ano y le metió
dentro un plug negro, que quedó completamente encajado.
“Que no se te caiga, cerda” le ordenó el mayor, con su sensual boca
pegada al oído del chico.
Luis apretó bien las nalgas para que ese objeto
triangular, de un tamaño medio, no se le saliera del trasero. Acto seguido
Ricky repitió el mismo procedimiento con Saúl, le escupió en el agujero
posterior, y le insertó, con bastante más brutalidad que a Luis, el plug negro
bien profundo ahí dentro.
“La maleta y las bolsas viajarán
delante conmigo. Vosotros dos, perros sarnosos, iréis en el asiento de atrás.” señaló el de pelo negro.
Así los dos hermanos, que habían estado preguntándose en
silencio quien de ellos tendría el grato privilegio de ocupar el asiento
delantero junto al Macho, terminaron suspirando, y apenados se sentaron juntos
en el asiento de atrás, cosa no demasiado fácil por culpa de los consoladores
que Ricky les había obligado a mantener dentro de su culo, no sabían si para
todo el viaje o durante cuánto tiempo.
Tras haber obligado a sus esclavos a desnudarse y
mantener sujeto el consolador en sus culos de cerdas, Ricky se sentó en el
asiento del piloto, arrancó el coche y empezó a conducir tranquilamente, sin
ninguna prisa, por las calles de la ciudad. Para los hermanos era muy
bochornoso tener que viajar completamente desnudos, pero realmente los peatones
no podían verles la parte baja de sus cuerpos, solo si pasaban muy cerca de
ellos. También los conductores de otros coches podían saber lo que ocurría si
echaban un vistazo dentro del auto.
Ricky se detuvo al llegar a un semáforo en rojo, y
aprovechó para coger un pequeño mando negro que tenía en el bolsillo. Al darle
al botón de ON los plugs anales empezaron a vibrar a una intensidad
moderada dentro de los intestinos de los dos chicos rubios, que al no
esperárselo dieron un respingo.
“Esto hará que tengáis un viaje más entretenido” les dijo
su Semental “Pero nada de pajearos ni mucho menos de correros. ¡Como manchéis
la tapicería con vuestro asqueroso semen os la haré limpiar con las putas
lenguas! ¿Entendido?”
Tanto Luis como Saúl respondieron afirmativamente,
mientras se contenían las ganas de tocarse, por el placer que les estaba dando
ese consolador que tenían insertado en sus culos.
En ese momento, justo antes de que el semáforo cambiara a
verde, paró al lado del coche un autobús. Saúl levantó su mirada para ver si el
conductor les estaba mirando, y efectivamente el asqueroso tipo que conducía
ese gran vehículo tenía la mirada fija en sus jóvenes cuerpos desnudos. El
conductor se acercó la mano a su boca e hizo gestos obscenos, como si le
estuviera mamando la polla. Sin pensarlo, el menor se cubrió sus intimidades
con una mano, y levantó la otra en dirección al mirón, alzando el dedo en gesto
de “Que te jodan, bastardo come-pollas”. El conductor del autobús
todavía se reía de él mientras Ricky arrancaba e coche y se alejaba.
Al poco rato salieron de la ciudad y empezaron a recorrer
una transitada autopista. El Semental no habló con ellos en ningún momento,
pero de vez en cuando variaba la intensidad y el ritmo del vibrador anal de sus
dos perras cachondas, para que no se acostumbraran del todo a tenerlo ahí
metido.
Tres horas después Ricky detuvo el coche en una estación
de servicio al margen de la carretera. Pasó del parking principal y fue a
estacionar un poco más al fondo, donde estaban todos los camiones parados. En
varias de las cabinas había tipos sudorosos y grasientos descansando de sus
propios viajes, planeando rutas o aburridos y sin saber qué hacer.
Luis y Saúl pensaron que su Dueño querría entrar en la
tienda a comprar algo, o que necesitaban gasolina, pero Ricky tenía otros
planes en mente.
“Bajaos del coche ¡Y cuidado con dejar
caer el consolador, guarras!” ordenó el Macho a sus dos sumisos.
Los hermanos le obedecieron sin replicar. Había sido
mucho peor tener que mostrarse públicamente delante de su propia casa. Allí,
tan lejos de su hogar, no habría nadie conocido. Aun así, las miradas de los
camioneros fijas en ellos se les clavaban como puñales. Ricky no se bajó del
auto, abrió la puerta del copiloto y se tumbó en los asientos delanteros, con
los brazos cruzados y apoyando su cabeza en sus manos.
“Necesito descansar un rato. Vosotros
arrodillaos en el suelo y chupadme la polla” les dijo.
Luis se moría de ganas de recibir cualquier orden por
parte de su Dueño y Señor, fuese la que fuese, así que sin dudarlo se arrodilló
en el suelo, puso el culo en pompa y con la cabeza metida por la puerta del
copiloto, empezó a desabrocharle el pantalón a Ricky. Saúl miraba a su
alrededor, viendo a esos camioneros asquerosos, y no podía sentirse cómodo para
nada. No entendía como el imbécil de su hermano conseguía evadirse de todo y
concentrarse solo en complacer a su Amo. Estando de pie veía la postura en la
que había quedado su hermano mayor, al inclinarse para adelante se le abrían
las nalgas y enseñaba su agujero de atrás, con el plug negro metido dentro, y
sus huevos colgantes a todos los que estaban mirando. Él no quería hacerlo. No
podía soportar pensar que alguno de esos gilipollas se masturbaría mientras
ellos le mamaban la polla al Macho, como había pasado con el director de la
escuela.
“¿Estás sorda o solo eres imbécil,
cerda? ¡Te he dicho que vengas a comerme la puta polla!” le gritó Ricky desde dentro del auto,
y su voz era imperativa y muy cabreada.
“Si, perdona, Ricky” susurró el menor.
Saúl se arrodilló y se puso al lado de Luis, con el
rostro inundado de rubor por la vergüenza. Al más joven de los tres muchachos
le había costado decidirse a cumplir con aquella última orden de su Amo, pero
una vez lo hubo hecho y estuvo con la cabeza metida dentro del coche, su nivel
de ansiedad disminuyó considerablemente. Casi podía olvidar que había tipos
mirándole allí afuera.
El hermano mayor había sacado fuera de los pantalones el
hermoso pollón de su Amo y lo estaba lamiendo con absoluta devoción. Saúl
acercó su boca a la de Luis y empezó a lamer también aquel magnífico rabo, que
se ponía más enorme casa segundo que pasaba. No podría jamás dejar de maravillarse
de lo increíblemente grande, gruesa y hermosa que era la polla de Ricky. No
podía existir ninguna otra polla en el mundo entero que le provocase tanta
excitación con solo verla, como le ocurría con aquella.
“Hacedlo más despacio, quiero disfrutar
de vuestras bocas de zorra sin prisa” fue el siguiente mandato del Semental.
Luis y Saúl redujeron automáticamente el ritmo de sus
lamidas. Los dos bellos hermanos pasaban su sinhueso, cálida y blandita, por
toda la superficie de la entrepierna de su joven Amo. Lamían sin prisa, como él
les había ordenado, cada centímetro de su tronco, su glande, la zona entre
ambos, incluso sus cojones cargados de rica leche. Los menores lengüetearon
tranquilos, accediendo incluso a la estrecha zona entre el culo y los
testículos, el perineo, mimando con cuidado el pequeñísimo agujero de la
punta por donde su amado Semental meaba o se corría. Fue una mamada a dos bocas
suave, moderada y muy plácida para quien la estaba recibiendo, que permanecía
con los ojos cerrados y tumbado, solo exhalando leves suspiros de gozo de vez
en cuando.
Ricky debía haberse masturbado aquel día antes de partir,
porque en contra de lo que era habitual en él, no se corrió en seguida de haber
empezado con la chupada. Pasó más de una hora antes de que el Macho decidiera
que ya había tenido bastante, y ordenase a los hermanos que abrieran las bocas
y permaneciesen quietos. Él les cogía de los pelos, aguantándoles las cabezas
pegadas a su entrepierna, para que no pudieran joderle el final de esa
excelentísima mamada, que tanto le había calentado. El perro callejero empezó a
bombear con todas sus ganas las dos boquitas de sus cerdas, unas cuantas
fuertes y poderosas embestidas a uno, y luego otras cuantas al otro. Repitió
esa operación unas pocas veces más, y al final terminó descargando su sabrosa
lechada dentro de la boca de Luis, que tragó obedientemente todo aquel líquido
espeso y ardiente que su Semental casi le había lanzado directo al estómago, de
tan profundo que le había clavado su grandiosa polla dentro de la boca.
Los hermanos se
separaron del auto y se quedaron de pie. Ricky salió y les dijo:
“Ya no queda mucho para llegar, os
pondré presentables para nuestro anfitrión.”
Los hermanos se miraron con rostros interrogantes ¿Esa no
era una salida solo para ellos? ¿Ricky iba a compartirles con otras personas? A
ninguno de los dos sumisos les hacía demasiada gracia saber eso. El Macho
continuó hablándoles.
“No me hagáis quedar mal. Quien nos espera es
alguien muy importante e influyente. ”
Saúl fue el primero en quejarse. Aunque Luis no abrió la
boca, pensaba exactamente igual que él.
“¿Es que habrá más gente? ¿Vas a
cedernos a unos extraños? ¡No quiero que nadie más que tú me folle!” le gritó el menor, lleno de ira.
¡¡CHASSS!! Ricky le soltó al menor una tremenda
bofetada que le cruzó la cara.
“¡Cállate de una vez puerca estúpida!
¡Tú harás lo que yo te ordene! ¡¡O te dejo aquí tirado así como vas y te buscas
la vida para volver a casa!!”
Saúl sabía que Ricky no profería amenazas en vano, y que
era bien capaz de hacer exactamente lo que acababa de decirle, sin sentir
ninguna clase de remordimiento ni preocupación por su seguridad y vergüenza.
“Pero tú me salvaste de don Fermín… yo
pensaba que…” empezó a decirle
el rubio, con la voz entrecortada por la rabia y la emoción del momento.
Ricky no le dejó terminar la frase: “Le di una paliza de muerte a ese viejo pervertido por haber usado lo
que es mío sin mi permiso ¿Queda claro? ¡Si quiero que os folle un equipo de
rugby entero, vosotras, cerdas apestosas, agacháis la cabeza y me lo
agradecéis!”
Saúl se quedó pálido. De verdad había creído que su amado
Semental no iba a compartirle con nadie, pero estaba más que claro que sí iba a
hacerlo, y ese mismo día. Y sólo tenía unos segundos para tomar su decisión.
Ricky seguía esperando, con el ceño fruncido y muy enfadado.
“Si, Ricky, haremos lo que nos mandes.” Susurró, bajando su mirada al suelo “Gracias” añadió luego Saúl, en un
susurro.
Entonces el mayor,
satisfecho con aquella respuesta de su sumiso, empezó a arreglar a los chicos
de manera que estuvieran más hermosos. Ambos muchachos llevaban con sus pitos
tiesos desde el inicio del viaje, no les había permitido correrse ni tocarse, y
además le habían hecho una larga mamada, por lo que no se les había bajado la
erección en ningún momento, y quería que siguieran así. Cogió un pequeño
artefacto y se lo puso primero a Saúl. El aparato tenía un aro de metal frío,
graduable, que ajustó justo debajo de su glande hinchado y palpitante. Era muy
molesto. Del aro salían tres tiras de cuero negro, rodeando el tronco de la
polla del rubio, y abajo, en la base, donde tenía el piercing dorado colgando,
con las palabras “Puta de Ricky” grabadas, cerró con fuerza otra tira de
cuero negro, ajustándola bien. Así Saúl no podría correrse, ni se le bajaría la
erección. Luego hizo lo mismo con Luis. Mientras Saúl estaba aún molesto por lo
que estaba por venir, su hermano mayor seguía más ilusionado por poder cumplir
con cualquier orden que le diese Ricky que por tener que complacer a otras
personas. Fue muy excitante para él que su Amo le tocase el pequeño pito con
las manos, aunque solo fuese para ponerle el aparato.
Posteriormente el Macho sacó dos cascabeles de su otro
bolsillo, colgaban de una corta cadena plateada y llevaban pinzas en el
extremo. Puso un cascabel en el pezón derecho de Luis y el otro en el pezón
izquierdo de Saúl, apretándole más el cierre a éste último, por haberle discutido
su última orden. Para finalizar el chico de pelo color azabache y mirada felina
se aseguró de que los plugs, que seguían vibrando dentro de los culos de sus
putas siguiesen bien colocados, los apretó bien con la mano.
En ese momento oyó una voz a su espalda, era uno de los
camioneros, que había sido testigo de todo el espectáculo, y venía a proponerle
un trato al perro callejero.
“¡Eh, tú! ¿Cuánto me cobras por
prestarme a uno de tus putos media horita?” le preguntó el del camión.
Saúl y Luis quedaron espantados con aquella pregunta.
Sobretodo el más joven de los dos, que sabía que Ricky querría castigarle por
haberle discutido. Pero él no quería hacer nada con ese tipo. Era feo y tripón
y le daba muchísimo repugnancia pensar en mamarle el rabo o dejarle que le
follara. El Dueño de los sumisos observó de arriba abajo al recién llegado, y
luego se giró para quedarse mirando fijamente a Saúl, con una malvada sonrisa
en los labios. Los segundos que tardó en responderle le parecieron horas al
menor, angustiado por todo aquello.
“No están en venta, lo siento” le respondió al fin el perro
callejero.
“Vaya, es una lástima” contestó el otro, y se marchó por
donde había venido.
Ricky volvió a clavar sus verdes pupilas en los ojos
azules de Saúl.
“Tú ya recibirás tu merecido cuando
llegue el momento” le
dijo con tono tranquilo, pero a la vez amenazante.
Tras aquella breve interrupción, el Semental continuó con
su labor de poner presentables a sus zorras. Lo siguiente que les puso fue un
collar de cuero negro a cada uno. Con unas chapas que ponían “Cerda
Comepollas” en el de Luis y “Puta Insaciable” en el de
Saúl. Los collares tenían un aro para ponerle la correa. Entonces sacó el
maquillaje de la madre de los chicos de la maleta y maquilló a los rubios
poniéndoles los labios de rojo putón, mucho rímel y una cantidad ingente de
colorete. Todo muy exagerado, y resaltaba con el pálido tono de su piel. Como
colofón final les hizo ponerse en los pies sendos zapatos rojos de tacón de
aguja, de diferente modelo, pero parecido color.
La tarde estaba tocando a su fin, y empezando la víspera
cuando el Macho de ojos esmeralda se dio por satisfecho con el aspecto de
zorras lascivas de sus dos esclavos.
“Marchémonos ya. No quiero llegar tarde.” Ordenó el mayor.
Luis y Saúl se sentaron, como antes, en el asiento de
atrás, y en cuanto arrancó el coche, Ricky le dio al botón de máxima potencia
del vibrador anal que llevaban insertado en sus culos. Quedaba poco más de una
hora de viaje, pronto el misterio de quién era su influyente anfitrión, y qué
perversiones les esperaban al llegar a su destino, quedarían desvelados.
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