No consentido. Gay. Contiene violación a una esclava embarazada y juegos con orina.
AURELIO SE MARCHA.
EMPIEZAN LOS CASTIGOS A LOS ESCLAVOS.
Al día siguiente, tal y como le había anunciado, Aurelio
partió rumbo a la capital del Imperio. Mientras veía como se alejaba su caballo
al galope, Claudio sintió como empezaba a hincharse de orgullo y poder. Su
padre estaba a cientos de kilómetros de distancia, Aurelio tardaría bastante en
volver, si es que conseguía permanecer con vida en la batalla. Le quedaban más
de dos meses de vacaciones veraniegas sin ningún adulto que le supervisara, ni
le diera órdenes, ni le dijera qué tenía que hacer. Claudio se sintió
absolutamente libre por primera vez en su vida, y sabiéndose dueño de todo lo
que había en esa lujosa villa, esclavos incluidos, empezó a maquinar maldades
que cometer de manera impune y sin miedo al castigo.
Claudio comenzó a caminar en dirección al interior de la
villa, a pasos muy lentos. En su mente solo había un objetivo: torturar,
humillar y atormentar al esclavo favorito de Aurelio con todo aquello que
tuviera a su alcance. Aleksandr llegaría a desear estar muerto. Fue una promesa
que el menor se hizo a sí mismo, y pensaba cumplirla desde ese mismo momento.
Así que en cuanto entró en la casa, empezó a buscar al salvaje por todos los
rincones, hasta que dio con él en el patio interior.
El joven de catorce años de edad salió al patio y se dirigió
al bárbaro, hablándole con todo rudo e imperioso:
“Tú, bestia salvaje
¡Arrodíllate ante tu nuevo Amo!
Aleksandr se sorprendió al oír aquello. Se giró y clavó sus
pupilas negras en los orbes color miel del menor. El germano alzó su rostro,
mostrando su fuerte orgullo. Pero no podía replicarle nada al crío. Sabía que
Aurelio le había dado dominio absoluto sobre todos sus sirvientes, y replicarle
a un Amo podía suponer la pena de muerte. Así que, con las entrañas
retorciéndosele por la rabia, Aleksandr finalmente se acercó a un par de pasos
del menor, puso una rodilla en el suelo y inclinó su rostro.
“Como ordene, Amo
Claudio” el bárbaro
no entendía por qué ese pequeño romano le trataba tan mal, pero pensó que
quizás si se mostraba sumiso con él le dejaría en paz hasta que regresara
Aurelio. No podía andar más equivocado.
Claudio no había hecho más que empezar con su tortura
psicológica al morlaco. Le dio un fuerte bofetón, que impactó sobre la mejilla
y la oreja del esclavo, pero no le movió del sitio, ya que la diferencia de
físicos era importante.
“¡He dicho que te
arrodilles! ¿O es que eres tan idiota que no sabes cómo se hace? ¿Quieres que
llame a Glenda para que te lo muestre?” la amenaza del patricio hizo mella en Alek, que con los
dientes apretados por la rabia terminó arrodillándose en el suelo. En la medida
de lo posible no dejaría que Claudio humillara a Glenda, y no era por los
motivos que el menor pensaba.
Claudio sonrió de manera malvada. Tener a ese tipo, tan robusto,
rudo y salvaje, a su completa disposición, era un placer tan grande que quería
deleitarse con él un poco más. El menor cruzó los brazos y paseó por el
interior del patio, mirando a su alrededor, mirando a ver con qué podía
molestar ahora a Aleksandr. Entonces vio un enorme excremento de caballo y se
dirigió hacia él, pateándolo a propósito cuando lo tuvo delante.
“¡Vaya!¡Me manché las
sandalias sin querer!” canturreaba el niño, sin dejar de pasearse de manera insistente por
encima de aquella enorme mierda, dejando sus dos pies impregnados de heces.
El esclavo no entendía muy bien a qué venía todo eso, pero
sabía que había gato encerrado. Seguro que Claudio terminaría ordenándole hacer
algo que no querría hacer. Y como si el patricio hubiera escuchado sus
pensamientos, se acercó a él y señaló sus pies al tiempo que le decía:
“¡Límpiame los pies, cerdo!
¡Obedéceme ya!”
Aleksandr no soportaba a ese mocoso impertinente, pero no
podía hacer nada por desobedecerle, a riesgo de recibir luego un castigo aun
peor que esa absurda petición. Así que mordiéndose la lengua para no decir
nada, el esclavo usó sus propias manos y la tela de su camisa para dejar los
pies de su Amo relucientes de limpios que estaban.
Después de eso, Claudio aprovechaba cualquier ocasión para
torturar o humillar a Aleksandr. Le obligó a seguirlo a todas partes, y a
servirlo de manera irrisoria. Le hacía darle la comida pedazo a pedazo. Le
obligaba a limpiarle el culo con una esponja mojada en agua cuando había
cagado. También lo insultaba de manera continua. No dejaba que el salvaje
tuviera ni un solo segundo de descanso.
Pero lo peor vino al tercer día de haberse marchado Aurelio.
Claudio llevaba ya un tiempo dándole vueltas al asunto, y pensaba ejecutar su
plan maestro esa misma noche. Cuando la luna llena empezó a brillar en el
horizonte mandó llamar a Glenda y Aleksandr. También ordenó a dos de sus
soldados armados que permanecieran cada uno en un rincón de su habitación, para
evitar posibles rebeliones o ataques por parte del mastodonte, ya que lo que
tenía pensado hacerle aquella velada seguro que lo hacía llegar a odiarle como
jamás hubiese odiado a nadie.
En pocos minutos ambos sujetos, la esclava preñada y el
esclavo salvaje, hicieron acto de presencia. Ella era una auténtica
preciosidad, de piel morena, pelo largo negro y rizado, y ojos oscuros, como
todos los de su calaña. Glenda vestía una liviana túnica de gasa color rosado,
y su gran barriga se notaba prominente en el centro de su anatomía. Ella se
mostraba temerosa y tímida, sin atreverse a mirar a su Amo a la cara. Aleksandr
en cambio no había variado su forma de mirarle, de esa manera tan descarada,
sin apartar la mirada. Como si se creyera mejor que él. Esa noche se encargaría
de bajarle los humos.
“Glenda, desnúdate” fue la primera orden que le dio el
menor.
La mujer titubeó un segundo. Miró a Aleksandr de reojo, y vio
a los guardias apostados. Antes de que su compañero esclavo pudiera saltar y
decir nada, decidió someterse sumisamente al Amo. Sería lo mejor y más seguro
para el hijo que llevaba en sus entrañas, y para Alek, a quien tanto amaba.
Glenda sabía que muchos Amos usaban a sus sirvientas para satisfacer sus deseos
sexuales con ellas, y teniendo en cuenta la corta edad de Claudio, seguramente
no le causara demasiado dolor, así que se sometió de manera voluntaria.
“Como desee, Amo” le respondió, y acto seguido se
quitó los hombros del vestido, que cayó al suelo a sus pies hecho un ovillo. La
joven esclava no llevaba ropa interior. Su voluptuoso cuerpo de mujer quedó a
la vista de los cuatro hombres que había en esa habitación.
Claudio pensó que la esclava tenía un cuerpo muy hermoso,
pero no pronunció ningún halago en voz alta, no era precisamente su intención
hacer que se sintieran bien. Así que se puso a caminar alrededor de ella,
evaluando cada centímetro de su piel desnuda. Aleksandr no perdía detalle de lo
que ocurría. Cuando el joven patricio levantó su mano y empezó a acariciar el
cuerpo de su nueva esclava, ella se estremeció por aquel leve contacto
indeseado. Aleksandr estaba poniendo todo de su parte para no saltarle encima
al Amo.
Pero no era precisamente follársela lo que Claudio tenía en
mente. Habría sido demasiado aburrido. Era evidente, por su embarazo, que
Glenda no era virgen. Y por el tamaño corporal de Aleksandr, seguro que tenía
un rabo más grande que el de su Amo, que al ser un púber sin vello en la
entrepierna, todavía lucía un pene chiquito, estrecho y más bien poca cosa. No.
Eso no le serviría de nada. Su tortura iba más allá de la simple violación. Ya
que Alexandr debía tener un rabo grande, lo usaría para causarle con él dolor a
la embarazada, y mientras él se follaría la dulce boquita de Glenda. Era un
plan magnífico.
“Glenda, ven aquí” ordenó Claudio cuando terminó de
acariciar el cuerpo de su esclava “Túmbate
sobre la mesa boca abajo y quédate quieta con las piernas bien abiertas”
La joven doncella se ruborizó, pero imaginando lo que Claudio
buscaba en ella, no discutió con él. Cuanto antes empezara a follarla, antes
terminaría. Y si era sin discusiones mucho mejor. Mientras la embarazada se
situaba como le había dicho, Claudio se dirigió a Aleksandr.
“Tú, bestia salvaje,
bájate los pantalones, quiero ver la mierda de pito de risa que tienes” le ordenó entonces al mayor.
El joven patricio solo comentó aquello de su pito para
mofarse de él, pero cuando Alek obedeció y le enseñó a su Amo el monstruo que
le colgaba entre las piernas, a Claudio casi le da un pasmo. Era tan larga como
el brazo de un niño, y gruesa como cuatro de la suya puestas juntas una al lado
de la otra, por lo menos. Era una barbaridad de rabo. Una polla imposible.
Demasiado gigantesca para poder ser real. Por unos segundos el menor se quedó
mudo, y casi pálido, por aquella visión, pero en seguida recuperó la compostura
y soltó una risotada.
“Perfecto, esto no
podía ser más perfecto jajajaja” Claudio señaló a Glenda, que permanecía tumbada boca abajo
sobre la mesa, con los pies en el suelo y las piernas bien abiertas “Ahora ponte detrás de ella y rómpele el
culo con tu polla de caballo ¡Vamos, que no tengo todo el día!”
Mientras le gritaba, el menor golpeó y empujó al esclavo
bárbaro, ayudándole a que se situara entre las piernas de su amada mujercita.
Claudio se acercó a uno de los guardias y le quitó su arma, una espada de filo
corto. Aleksandr permanecía inmóvil, con los pantalones bajados, entre las
piernas de Glenda, que con el culo en pompa parecía suplicarle que le
desflorara el estrechísimo agujero de atrás.
“¡No pienso hacerlo!” gritó de repente el salvaje, que se
había visto superado por aquella cruel orden de su Amo.
Pero Claudio ya tenía planeada aquella reacción por parte del
esclavo, por eso había apostado a dos de sus guardias dentro de la habitación.
Pero no le hizo falta darles orden de atacar. Raudo como una lagartija, el menor
se situó al lado de la cara de Glenda, le tiró del pelo hacia arriba y clavó el
filo de la espada en su frágil cuello, del que empezó a caer un débil reguero
de sangre.
“Si me haces esperar
demasiado ella morirá. Tú mismo. Su vida y la de su bebé están en tus manos.” Alexandr no podía creerse lo que oía
¡No podía ser verdad que Claudio le estuviera torturando de aquella cruel
manera! ¿Pero qué le habían hecho ellos al crío? Si a penas trataban con él…
Claudio apretó un poco más el arma contra la piel de la embaraza, que sollozó
por el miedo que sentía.
“Haaaz… …lo….
A….leeeek…”
consiguió decir la chica, entre lágrimas y el dolor que sentía en su garganta.
Ella prefería mil veces que Aleksandr la violara sodomizándola sin compasión,
antes que perder a su hijo, y Aleksandr conocía suficientemente bien a la mujer
como para comprender que su suplica iba en serio. Ella quería (en realidad no
lo quería, pero se veía obligada a quererlo, por las circunstancias) que la
follara.
“Como ordenes” respondió el esclavo germano, más
dirigiéndose a la sirvienta que a su Amo.
Entonces el salvaje se situó bien centrado entre las suaves
piernas de la mujer, escupió un salivazo directo a su estrecho y rosado ano
virgen, y empezó a meterle un par de dedos para irla dilatando. Si le metiera
su polla entera sería como perforarla con los cinco dedos de la mano de un
hombre adulto, no podría soportarlo.
Claudio, que era un cabrón de cuidado, se había apartado la
túnica y estaba pasando su pequeño pito tieso por los labios de la mujer
embarazada, sin quitarle a ella la espada del cuello, para que al hombretón no
se le ocurriese hacer ninguna genialidad. Alzó su mirada y vio lo que el
esclavo estaba intentando hacer “Dije
que la follaras ¡Déjate de mariconadas y métele la polla hasta la campanilla!
¡¡Quiero que la empales como a un cerdo que está listo para ser cocinado!! ¡¡YA
O LA MATO JODER!!”
“¡¡Aaaaaaaaaaaaaaaaaaaah!!” Glenda no pudo evitar gritar cuando
el filo de la navaja se le clavó aun más en su nívea piel. Esta vez sí que
pensó que la mataba.
Aleksandr no podía hacer nada más que obedecer a su joven Amo
en su locura. No tenía tiempo para pensarlo con claridad, solo oyó la amenaza
de Claudio, y oyó el terrible grito de Glenda, al tiempo que un chorro de
sangre salpicó el suelo a su lado “¡¡Nooo!!¡¡Ya
lo hago, Señor!!”
Y ¡¡ZASSS!! De un solo empujón Aleksandr consiguió meterle tres
cuartas partes de su polla dentro del estrecho esfínter de la joven esclava.
Glenda estiró su cabeza todo lo que pudo, su boca se quedó abierta en un grito
ahogado que no llegó a salir, de lo delirante que era el intensísimo dolor que
sentía. Alek se quedó parado unos segundos, para que ella pudiera acostumbrarse
a su gigantesco tamaño, pero ni eso le dejó hacer Claudio.
“¡¡Empieza a follártela!!
¡Y si me da la sensación de que no le pones todas tus ganas, te juro que te
arrepentirás de ello!” le dijo en tono amenazador, mientras aprovechaba que la dulce boquita de
la preñada estaba abierta y empezó a follarle la boca de manera algo
atropellada y torpe, ya que no tenía a penas experiencia en el plano sexual.
Claro que la pobre Glenda, con el terrible mastodonte que tenía empalado en su
trasero, casi que ni notaba el otro pitito que le medio llenaba la boquita.
Aleksandr, sin otra salida que cumplir con la voluntad del
Amo, abrazó a Glenda por su estómago, protegiéndole la barriguita hinchada con
su poderoso brazo, para que no se golpeara con la mesa con las embestidas. Así
abrazándola como la tenía, le susurró al oído “Lo siento mucho…” y tal cual lo dijo, empezó a sacar y meter su
enorme pollón del estrecho agujero posterior de la joven doncella, que no podía
parar de gritar por el intenso dolor y ardor que estaba sintiendo en sus
entrañas.
“¡¡AAaaaaaaaaaaaaaaah!!¡¡¡AAAAaaaaaaaaaaaaaaahhhh!!!¡¡¡¡AAAAAAaaaaaaaaaaaaaahhhhhh!!!!”
Claudio no paraba de reírse por el hermoso espectáculo que
sus esclavos le estaban regalando. Era divertidísimo y muy placentero ver como
ese enorme salvaje, que le doblaba la edad y el tamaño, sodomizaba brutalmente
a su novia, solo porque a él así le apetecía que fuese.
“¡¡Más fuerte!!¡¡Quiero
oírla aullar de dolor!!” gritó el menor, enardecido por las circunstancias, y sin dejar de
follarle la boca a Glenda.
La pobre esclava se sentía partida en dos. Era como si un
hierro al rojo vivo la estuviera empalando. Pensó que moriría por aquella
salvaje follada. Sus enormes pechos, llenos de leche, se bamboleaban de manera
frenética, al mismo ritmo que Aleksandr le reventaba el culo de la forma más
suave que podía, dadas las circunstancias. Por ejemplo, no terminó de meterle
toda su extensión dentro a la pobre mujer, se contuvo de manera milagrosa,
dejando solo tres cuartas partes de su mastodóntico cimbrel insertadas dentro
de ese estrecho y maltratado ano. Dentro de lo malo de la situación, no quería
provocarle un desgarro ni heridas permanentes a su compañera de esclavitud,
cosa que consiguió gracias a su escupitajo inicial, que a pesar de ser una leve
humedad, hizo de lubricante, y ayudó a no dañar seriamente la delicada piel del
interior del esfínter de la embarazada.
“¡¡AAaaaaaaaaaaaaaaaaaaaah!!¡¡¡AAAAaaaaaaaaaaaaaaaaaaahhhh!!!”
Glenda profería desgarradores alaridos de dolor, que
empezaban a poner muy cachondos a los dos guardias apostados en la habitación,
pero no se movieron de su posición. No lo harían a menos que Claudio se lo
ordenara. Pero los dos se morían de ganas de meterle sus duras pollas a la
muchacha embarazada por todos sus agujeros.
Eran Claudio y Aleksandr los que se la estaban tirando. El
menor se sentía tan tremendamente excitado en ese momento que su pito empezó a
soltar pre-semen en la lengua de la embarazada.
“Aaaaah Siiiiiii que
bieeeeen ¡¡Más fuerte!! ¡¡Destrózala por dentro!!” gritó Claudio, al tiempo que
agarraba la cabeza de Glenda y empezaba a follársela con toda su mala leche,
para terminar descargando su corrida dentro.
“¡¡¡Siiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii
AAAAAAAaaaaaaaaaaaahhh!!! ¡¡No pares de follarla!!¡¡Métesela entera!!¡¡Más
duro!!” gritó el
patricio mientras llenaba la boca de la esclava con su corrida.
Aleksandr continuó violando a su compañera, sintiéndose lleno
de odio y rencor por ese mocoso consentido y chalado. Se juró a sí mismo que
llegaría el día en que le devolvería aquello, y con creces. Pero la sesión de
tortura todavía no había terminado.
Cuando Claudio terminó de correrse se dio cuenta de que Alek
estaba protegiendo la barriga de la preñada con su brazo, y eso le cabreó tanto
que cogió la espada corta con la que casi había rajado el cuello de Glenda y apuñaló
la mano abierta que el bárbaro tenía apoyada en la mesa, provocando que el
bruto soltara un rugido de dolor y sorpresa, al tiempo que dejaba de violar el
tierno culo de la esclava.
“¡¡WAAAAAAAHH!!” se quejó el mayor.
“¡¡Eres un idiota!!
¡Tuviste que estropearlo todo! ¡¡Este castigo para ella es por tu
desobediencia!” le
gritó, y acto seguido Claudio apuntó con su diminuta polla a la cara de Glenda
y empezó a meársele encima.
La joven embarazada se sentía asqueada y dolida. Cuando
Claudio le había ordenado desnudarse y tumbarse sobre la mesa, imaginó que la
follaría por el coño y luego la dejaría marchar. Pero no, había obligado a
Alek, con su enorme pollón, a destrozarle el ano que ya no era virgen, y además
de eso se le estaba meando en la cara ¡¡No podía soportarlo!! Glenda, entre
lloros de desesperación, terminó desmayándose. Si no cayó al suelo fue porque
Aleksandr, rápido de reflejos, la sujeto con la mano que tenía sana.
“Hasta que no aprendáis
a ser unos buenos esclavos, sumisos y humildes, os castigaré como a mí me venga
en gana” le dijo
Claudio a Aleksandr con un tono amenazador, mientras se colocaba bien los
pliegues de la túnica “Y como me hagáis
cabrear te prometo que haré que ella pierda el bebé ¡¿¿Te ha quedado claro??!”
Una vez hubo dicho esto, Claudio retiró el cuchillo que había
clavado en la mano de Aleksandr y les ordenó marcharse. El bárbaro cogió en
brazos de manera muy cuidadosa a Glenda, que continuaba inconsciente, y se
dirigió a la salida.
“Mañana por la noche
ven tú solo a mis aposentos. Si consigues complacerme como quiero, la dejaré en
paz a ella” le dijo
Claudio a Alek, antes de que se marchara. Lo que no le especificó fue que
“complacerse como quería” implicaba romperle el culo, y no con su polla
ridícula precisamente, sino con otro artilugio que tenía escondido; y que “la
dejaré en paz” solo se refería a la siguiente noche en cuestión, no al resto de
días. Claudio era todo un tramposo, y era capaz de cualquier cosa para sentirse
superior a ese salvaje. Solo así se ponía cachondo. Más que ser gay era por
putear al esclavo que quería romperle el culo, como Alek era el padre del bebé
que Glenda llevaba dentro, supuso que si le forzaba el culo, se sentiría
tremendamente humillado y dolido, y eso era lo que quería. Aleksandr abandonó
la estancia sin responder a su Amo y sin mirar atrás. Su prioridad en ese
momento era curar las heridas de Glenda, su compañera preñada.
No hay comentarios:
Publicar un comentario