Al día siguiente, sábado por la mañana, había aparecido el
perro callejero muy pronto. Justo cuando la madre de los dos chicos rubios
giraba por la esquina de la calle, Ricky llamaba a la puerta de su casa, de ese
modo tan particular, con un toque corto seguido de dos muy rápidos Toc Toc-Toc,
que hacían que fuese inconfundible quien estaba llamando.
Saúl no se enteró de nada, estaba durmiendo a pierna suelta
en su habitación. Fue Luis quien bajó corriendo los escalones de dos en dos y
abrió la puerta raudo y veloz, encontrándose al perro callejero, que vestía
unos pantalones de cuero negro, muy ajustados y la parte de arriba del mismo
color, sin mangas, típico estilo motero, y que le quedaba que ni pintado.
“Buenos días, mi Señor” saludó el de pelo trigueño, con una
ligera inclinación de torso, y sintiendo el rubor cubrir sus pálidas mejillas.
Ricky echó un vistazo al chico, fijándose en que llevaba
puesto solo el pantalón del pijama, y lucía despeinado.
“Puta” le dijo el moreno, a modo de saludo, y entró en la
casa como si fuera suya.
Luis cerró con cuidado la puerta y siguió a Ricky hasta el
comedor, que permanecía con las luces apagadas. El lugar estaba en completo
silencio. Ricky se asomó por la puerta abierta de la cocina. Abrió las luces,
sacó una lata de cerveza de la nevera, y luego se dirigió a su joven esclavo.
“¿La puta número dos todavía duerme?” le preguntó al hermano
mayor, mientras tomaba un trago de la bebida, sentado sobre la mesa de la
cocina.
Luis sintió una fuerte punzada de celos oprimiéndole la boca
del estómago.
“Ssi señor… Saúl no se ha despertado aún” le respondió, y
esperó a recibir su siguiente orden que sería seguramente ir a despertarle.
“Bien.” dijo acto seguido el de mirada verde y felina
“Vístete que nos vamos.” añadió luego. Luis abrió los ojos como platos “Y
asegúrate de no despertar a tu hermanito” Ricky lucía una perversa sonrisa
cuando dijo esto último a su esclavo.
Luis hizo exactamente lo que su Macho le había ordenado.
Subió corriendo, pero en silencio, al piso de arriba. Entró en su habitación y
se vistió con la ropa que pensó mejor le quedaba. Unos tejanos azules largos
por las rodillas y una camisa verde oscura. El corazón le latía desbocado en su
pecho. ¡Su Amo se lo llevaba a él y dejaba a Saúl en casa! No podía creerse lo
afortunado que era. Se sentía tan increíblemente feliz que podría haber muerto
de alegría en ese mismo momento. Pero no lo hizo. Con sigilo, bajó de nuevo al
piso de abajo, y entró en la cocina, donde se encontró al perro callejero garabateado
algo en la primera hoja de la libreta donde su madre hacía las listas de la
compra. Se atrevió a mirar por encima de su hombro y vio lo que había escrito,
con letras grandes y masculinas:
“Las putas buenas que madrugan van de paseo con el Amo, las
malas se quedan castigadas en casa.” Y luego había añadido
“Más te vale ingeniártelas para quitarme el cabreo cuando vuelva o te
espera una buena. Tú mismo idiota.” Y estaba firmado con su nombre “Ricky”
Sin girarse, el perro tendió la nota a Luis “Cuélgala en la
puerta de la nevera” le dijo.
El rubio así lo hizo, algo temeroso de que su hermano menor
no encontrase la nota y fuese su madre quien la viera, pero por mucho miedo que
le tuviera a su madre, más miedo y respeto le tenía al perro callejero, así que
no dijo nada. Solo dejó ahí el pedazo de papel, y siguió a Ricky hacia la
salida de la casa. Allí vio que el moreno se subía a una motocicleta de gran
cilindrada que había aparcada fuera. Ricky le hizo un gesto con la cabeza para
que se subiera con él, y así, sin cascos ni protección alguna, los dos chicos
emprendieron la marcha hacia un lugar desconocido para el menor, que sabía sin
necesidad de preguntarle a su Semental que esa moto seguro que era robada, pues
Ricky no tenía ni en broma suficientes ahorros para comprar una, ni que fuese
de segunda mano. Pero eso no le importó a Luis, que se abrazó a su Amo por la
espalda, lo justo para no molestarle, pero suficiente para sentir el calor que
emanaba de su varonil cuerpo, y dejó que el Macho le llevara allá donde
quisiera. Sonrió por haber tenido la suerte de ser él quien estaba despierto y
Saúl quien dormía cuando Ricky llegó. Conociendo a su hermano, armaría una
buena cuando encontrase la nota.
Cansado como estaba, Saúl no se despertó hasta llegado el
mediodía. Se había dormido desnudo, y así fue como bajó al piso de abajo. Al
pasar frente a la habitación de su hermano Luis, vio que la luz estaba apagada
y no había ni rastro de él, seguro que estaba abajo preparando la comida. Al
pensarlo empezaron a rugirle las tripas, se sentía con un hambre de lobo, capaz
de comerse un cordero entero si se lo ponían delante y horneado al punto.
“¿Luis? ¿Dónde andas, imbécil?” preguntó al aire cuando llegó
al pie de las escaleras.
Pero nada. Silencio en esa sala y en el resto de la casa.
Saúl se rascó la cabeza ¿Dónde estaba el muy idiota? ¿No se le habría ocurrido
salir sin prepararle nada de comer? Saúl odiaba cocinar, y aunque le disgustaba
reconocerlo, el calzonazos de su hermano mayor cocinaba mil veces mejor que él.
“¡¡Luis, joder!! ¿¿¡Dónde mierda estás!??” preguntó de nuevo,
más cabreado, al no obtener respuesta alguna.
Furibundo, y intentando imaginar dónde se habría metido su
hermano, Saúl entró en la cocina dispuesto a comerse la primera cosa que agarrase
en la nevera, para calmar su estómago vacío. Entonces fue cuando vio la nota
colgada en la puerta del frigorífico. Sabía que esa letra no era de Luis ni de
su madre. Sus ojos se posaron sobre la firma ¡Era de Ricky!
Saúl cogió el pedazo de papel de un rápido movimiento,
tirando al suelo el pequeño imán que lo mantenía sujeto a la mesa, y empezó a
leer lo que ponía en el papel, con el corazón bombeándole como un caballo
desbocado contra su pecho. Al principio se sentía emocionado, pero poco a poco,
mientras empezaba a descifrar las letras allí escritas, la ira iba ganando el
pulso a su repentina y fugaz felicidad… “puta
buenas… de paseo… malas… castigadas…” ¡¿Qué cojones significaba eso?! ¡¡¿Es
que Ricky se había llevado al imbécil de su hermano por ahí para divertirse con
él, y follárselo, mientras a él le tocaba quedarse en casa, esperando a su
vuelta?!!
“¡¡¡WAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAHH!!!” el menor gritó para
desahogar la tremenda ira que lo inundaba por dentro, como un volcán en
erupción.
“¡¡Y una mierda me voy a quedar aquí esperando!!!” rugió
Saúl, y salió disparado escaleras arriba.
En pleno ataque de furia, el menor había tirado la nota de
Ricky al suelo, arrugada, sin fijarse en la segunda parte de la misma, donde el
perro callejero le ordenaba que preparase algo para su vuelta o recibiría un
buen castigo. El joven de pelo color oro subió al primer piso y se metió de
sopetón en la habitación de su hermano Luis, respirando agitadamente.
“Voy a descubrir dónde estáis, cabrones” dijo a nadie,
mientras se mantenía agarrado al pomo de la puerta.
Lo primero que hizo Saúl fue encender la luz. Acto seguido
sus inquisitivos ojos azules repasaron todos los objetos que había en la
estancia. Comparado con él, que era totalmente desordenado, Luis era un ejemplo
de pulcritud y perfecto orden. Su cuarto
era un santuario, donde cada pieza de ropa estaba bien doblada y limpia dentro
del armario (no como Saúl, que tenía la ropa, sucia y limpia, mezclada, y
tirada por el suelo y por encima de varios muebles), Luis tenía el escritorio
vacío, solo con el pc. Saúl pensó que no recordaba de qué color era su
escritorio, de la cantidad de libros, papeles y cosas que tenía encima. El
menor dio un par de pasos dentro de ese santuario de la limpieza. Estaba seguro
de que revolviendo las cosas de Luis terminaría encontrando alguna pista que le
llevase a saber dónde se lo había llevado Ricky.
Así que el chico pelirrubio empezó a registrar la habitación
de su hermano. Todavía alimentado por la creciente furia que sentía en sus
entrañas, empezó a desordenarlo todo. Abrió el armario y tiró al suelo toda la
ropa, abrió los cajones de la cómoda y los dejó revueltos, los libros que tan
bien puestos estaban en la estantería terminaron la mitad al suelo también. A
medida que pasaban los minutos y quedaban menos lugares que inspeccionar, la
irritación que sentía Saúl crecía de manera exponencial.
“¿Dónde te lo has llevado? ¿¡Dónde estáis hijos de puta!?”
bramó de nuevo.
En un arranque de cólera y frustración, el quinceañero cogió
el colchón de la cama de su hermano, lo alzó por los aires y lo mandó volando
hasta donde estaba el armario, en la otra punta de la habitación. Ese gesto le
había dejado agotado. Se sentía herido, lleno de dolor y tristeza. Y con un
cabreo monumental que no había manera de que se le pasara. Fue en ese momento
cuando vio sobre el somier una libreta
negra y gruesa, de tamaño cuartilla. Cualquier chico adolescente normal
guardaría ahí sus revistas porno, pero Luis había ocultado otra cosa en ese
lugar.
“¿Qué es esto…?” se preguntó Saúl, al tiempo que se acercaba
a la cama de Luis y cogía el cuaderno con sus pequeñas manos.
El quinceañero abrió la libreta por una página cualquiera, y
empezó a pasar las hojas rápido, echándole una ojeada en conjunto. Luis había
escrito un montón de cosas ahí. Además los márgenes estaban llenos de corazones
y el nombre de “Ricky”. Le dio la sensación que estaba mirando en la carpeta de
una de las chicas de la escuela, y no en la libreta de su hermano mayor. ¡Por
Dios qué vergüenza! Al final llegó a la primera hoja escrita y vio que ponía
“Diario de Luis”. Entonces empezó a entenderlo todo. Ahí era donde su hermano
mayor anotaba todo lo que le ocurría con su Semental. Miró al primera fecha
escrita, era de hacía poco más de dos años. Por aquel entonces él tenía 13
años. Ricky 16 y Luis unos 14 años.
A Saúl se le olvidó el motivo que le había impulsado a entrar
de aquella manera en la habitación de su hermano. Se sentó en el suelo con las
piernas cruzadas, apoyó la espalda en la cajonera del escritorio, y empezó a
leer. No podía evitarlo. El joven quinceañero sentía una inmensa curiosidad por
saber cómo se habían conocido esos dos, y sobre todo, cómo había sido que Luis
terminara siendo la puta sumisa del perro callejero. Sin ni si quiera darse
cuenta de cómo pasaban las horas, Saúl permaneció todo el día y toda la tarde
leyendo aquel diario, de principio a fin.
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