Saúl, el joven rubio de quince años, estaba sentado en el
sofá de su casa, sin hacer nada. El televisor permanecía apagado y no había
música de fondo. El chico solo
permanecía allí, con gesto serio y pensativo. Lo que tenía al crío tan
obsesionado es que acaba de ver a Ricky, el perro callejero que le obligó a
chuparle la polla y Luis, su hermano mayor y puta del otro, volver directos del
colegio y subir a su habitación, casi sin saludarle ni reparar en su presencia.
Parecía que tenían prisa por algo, su hermano se mostraba más nervioso de lo
habitual ¿Qué mierdas pasaba con esos dos?
Hacía ya cinco días que Ricky, el perro callejero de 18 años
de edad, prácticamente le había violado la boca (aunque él no se quejó). Pero
después de eso… ¡Nada! Si, era verdad que los primeros días Saúl había sentido
un miedo atroz de que el mayor fuese a buscarle, de que lo tratase tan mal y de
manera humillante como hacía con su hermano, pero… ¡Joder! ¡Tampoco estaba bien
que el perro pasase de su cara de esa manera tan radical! ¿Es que para Ricky lo
que había sucedido no tenía valor alguno? ¿Es que le daba igual quien se la
chupara? ¡Mierda! ¿¿Es que su hermano lo hacía mucho mejor que él?? Joder… si
no tenía experiencia alguna… hizo lo que pudo...
Cuando Saúl se dio cuenta de la mierda que estaba pensando
soltó un puñetazo sobre el cojín “Que no
soy marica, joder” pensó, como recriminándose a sí mismo el quejarse de que
Ricky no reclamará más de sus servicios y que pareciese preferir la boca de su
estúpido hermano mayor a la suya. Y como si al estar pensando en ellos hubiese
provocado que apareciesen, de repente el menor oyó pasos en las escaleras que
subían al piso de arriba. Era su hermano mayor, Luis, seguido del perro
callejero.
“Toma
Saúl” le dijo Luis, tendiéndole unos billetes “Hoy necesitamos la casa para
nosotros. Ve al cine o a los recreativos, pero no vuelvas antes del anochecer”
el menor cogió el dinero y se quedó
mirando con el ceño fruncido a su hermano. Solo se atrevió a dar una mirada de
reojo a Ricky, que permanecía al pie de las escaleras, sin decir nada, pero
divertido por la situación, por la sonrisa que mostraba.
Sintiéndose menospreciado, el rubio se giró sin abrir la
boca, y con el dinero aún en su puño cerrado, y se dirigió hacia la puerta. Aún
no se había marchado, cuando oyó la conversación entre Ricky y su hermano
mayor:
“¿Comprase
lo que te pedí?” le preguntó el perro a su puta.
“Ssi,
aquí está” respondió de manera sumisa Luis, sacando un bote grande de vaselina.
Saúl, que no era idiota como su hermano, entendió a la
primera lo que iba a suceder. Seguro que por eso Luis estaba tan nervioso
¡Ricky se lo iba a follar! ¡Allí mismo, en su casa! No podía permitirlo… ¡¡No
dejaría que el perro montase al gilipollas de su hermano!!
De repente Saúl, como poseído por un demonio iracundo, se dio
media vuelta, se alejó de la puerta y se plantó en la espalda de Luis, que
hablaba con Ricky. Le dio dos toques fuertes en el hombro para que se girara.
El menor sentía el corazón latiéndole con fuerza en el pecho, una fuerte
presión en la cabeza y mucha rabia y frustración hirviéndole por dentro.
Justo cuando Luis, su hermano mayor, se giró para ver qué
quería… ¡¡PAM!! Saúl le soltó un
puñetazo con todas sus fuerzas y su mala leche. Tan fuerte le arreó que Luis
cayó de lado, golpeándose el costado con la mesa.
“¿Pero
qué…?” empezó a preguntar Luis, aturdido, desorientado y sin saber por qué su
hermano pequeño de quince años le estaba pegando.
Pero Saúl no estaba para conversaciones. Saltó encima de
Luis, aunque era un par de años mayor que él, eran de la misma estatura, y el
mayor era un blandengue, mientras que Saúl tenía músculos bien definidos. Así
que pronto el menor de quince años le ganaba la pelea a su hermano mayor por
goleada. No contento con eso, el pequeño de los hermanos empezó a patear al
mayor, en dirección a la salida. Abrió la puerta y lo pateó fuera de la casa,
dejando a Luis sentado en el suelo en el porche.
“¡¡Ve tu
al puto cine!! ¡¡Y no vuelvas nunca!!” le gritó. Luego le lanzó los billetes a
la cara y cerró la puerta de un portazo. Saúl estaba sudando, completamente
tenso y alucinado por lo que acababa de hacer.
Ricky, que lo había estado observando todo desde la lejanía,
se acercó al chico, que permanecía de pie cara a la puerta de entrada de la
casa. Su trampa había surtido efecto, aunque no pensaba que la reacción del
menor fuese a ser tan radical, le encantaba que así fuera. Luis era una buena
puta sumisa, que hacía todo lo que le ordenaba en un chasquear dos dedos, pero
Saúl… ese crío era un diamante en bruto. Le recordaba a sí mismo con esa edad,
con ese fuerte carácter, y irlo doblegando poco a poco le excitaba mil veces
más que cualquier perrería que pudiera hacerle a Luis. El mayor solo tenía que
aprovechar la situación para volverla en su favor, aunque sabía que el mocoso
no iba a rendirse tan fácilmente.
“Menudo ataque de celos. Un poco más y lo mandas al hospital de urgencias” empezó a hablar el mayor.
“¡No
estoy celoso! ¿Qué estupidez es esa?” respondió de mala manera Saúl, girándose,
y encarándose con el chico que era el centro de su existencia en ese momento.
“¿Ah, no?
Entonces por qué has echado a Luis de aquí a patadas en cuanto has visto que me
lo quería a follar?” el perro callejero permanecía a unos pasos del chico,
quieto, sin moverse.
“¡¡No ha
sido por eso!! ¿Te enteras, Ricky? ¡No eres el centro del puto universo!”
respondió muy nervioso Saúl.
Entonces Ricky se acercó despacio, acortando la pequeña
distancia que los separaba. Sujetó la barbilla del menor con los dedos y lo
obligó a alzar la mirada y a fijarla en sus ojos verdes de mirada profunda.
Saúl se sintió atrapado por esa magnética mirada al segundo.
“Entonces
explícame por qué lo has echado de aquí” preguntó Ricky de manera calmada.
Saúl se quedó callado y pensativo… en pleno ataque de rabia
ni lo había pensado, solo había actuado por instinto. Pero ahora que Ricky se
lo hacía meditar… no tenía sentido alguno. ¡Era verdad! Había saltado a matar a
su hermano cuando había visto que iban a follar, no antes. Así que el motivo de
su profundo disgusto debía ser ése, que no quería que el perro montase a Luis
porque… ¡¡¿Quería que lo montase a él?!!
Al pobre Saúl casi le da un patatús cuando llegó él solito a
esa conclusión.
“No soy
marica…” dijo con el rostro blanco como la nieve, y con la voz rota y
susurrante. Sin demasiada convicción, casi como si esperaba que repitiendo
suficientes veces esas palabras se transformaran en realidad, por el miedo
(pánico) que le daba pensar que en realidad, sí que lo era, y no solo eso, sino
que se había enamorado perdidamente del cabrón de Ricky.
El perro callejero no añadió nada más a aquella discusión,
que ya daba por ganada. Cogió a Saúl, lo levantó en el aire y se lo puso sobre
el hombro. Así lo llevó de vuelta al salón, donde lo dejó en el centro de la
sala. Él se dirigió al sofá, de camino se quitó la camisa, tirándola al suelo
de cualquier manera, mostrándole al menor su firme y torneado torso moreno
lleno de tatuajes. Ricky se sentó de manera cómoda en el sofá y le dio una
sencilla orden a Saúl, su nueva puta:
“Desnúdate”
El menor aún estaba pálido por la impresión de saberse
maricón y enamorado de ese bastardo. El corazón no dejaba de bombearle tan
fuerte en el pecho que le dio la sensación que el perro tenía que estarlo
oyendo desde donde estaba, a escasos metros de él. Sobre la mesa descansaba el
bote de vaselina que había comprado su propio hermano, y parecía gritar a los
cuatro vientos “¡Te van a follar!”.
Saúl tuvo que apartar su mirada de él y la puso sobre el chico moreno, que lo
miraba con deleite mientras se masajeaba el paquete por encima de los
pantalones.
“Vamos,
desnúdate. No tengo todo el día.” Ricky repitió la orden de manera firme.
Saúl no tenía escapatoria. Él mismo había provocado esa
situación, y intentaría comportarse de la mejor manera que pudiera, dentro de
sus escasas posibilidades. Él era un niñato de quince años y el perro tenía
tres más que él, además de mucha experiencia en tema sexual, que hasta la fecha
había sido tabú para el menor. Así que poco a poco, el rubio empezó a
despojarse de la ropa. Primero se quitó la camisa, como había hecho Ricky, y
luego se desabrochó el cinturón y dejó caer los pantalones al suelo. Solo le
quedaba una prenda puesta.
“¿De qué
tienes vergüenza? Te lo vi todo el otro día” le dijo Ricky al chico.
El rubio suspiró y empezó a bajarse los calzoncillos. Ricky
tenía razón, ya le había visto casi desnudo en el callejón, se había masturbado
ante él, no podía mostrarse vergonzoso ahora. Finalmente Saúl quedó en pelotas
bajo la atenta mirada del perro callejero, que lo observaba de manera fija.
Tenía la extraña sensación de tener helados escalofríos en las zonas en las que
Ricky posaba su mirada. Cuando el mayor posó su atenta mirada en la entrepierna
del chico, éste sintió como se le endurecía la polla, sin necesidad ni de
tocarla. Ése era el gran poder que el perro tenía sobre su mente y su cuerpo.
Supo que estaba vendido, que su alma y su anatomía pertenecían al mayor, por
mucho que eso le incomodase o asustase. Esa era la verdad y tenía que hacerse a
la idea cuanto antes mejor, porque quería ser mejor perra que su hermano Luis.
Aprendería a mamársela de manera magistral, sabría cómo complacerle sin
necesidad de hablar, y le ofrecería sus agujeros para que los usara a su antojo
cuando le viniera en gana. De manera natural Ricky, el perro callejero, había
pasado a ser el Dueño y Señor absoluto del joven Saúl.
“Arrodíllate en el suelo y ven hacia mí” fue la siguiente orden que Ricky le dio a Saúl.
El menor hizo lo que el otro le había pedido. Se arrodilló en
el suelo, sin quejarse, y empezó a andar a gatas en dirección al sofá donde el
perro estaba sentado. Pensó que le ordenaría volverle a chupar la polla, cosa
que no le importaba hacer, pero no fue eso lo que le pidió el mayor, sino:
“Sube en mi regazo.”
El de pelo trigueño no entendía muy bien lo que quería el
otro, así que se puso en pie y se sentó en una de las piernas del mayor, de
lado a él. Ricky le señaló como quería que se pusiera, que era con una pierna a
cada lado de su cuerpo y cara a cara con él. Era una situación bastante
embarazosa, ya que Saúl estaba completamente desnudo y Ricky solo con su torso
a la vista, además de que estaba abierto de piernas sobre su sensual cuerpo de
macho.
“¿Así…?”
preguntó Saúl, algo tímido.
“Si, así
es perfecto” le respondió el perro callejero.
Acto seguido Ricky abrazó a Saúl, pegó su boca a la del menor
y empezó a besarle de manera muy apasionada. Sus labios estaban completamente
abiertos y sus mandíbulas se movían de arriba abajo al tiempo que la lengua del
mayor penetraba en la cavidad bucal del chiquillo y empezaba a devorarle con
lujuria. A Saúl le dio la sensación de que Ricky estaba dejando su señal allí,
reconociendo aquella boca como suya, por la impetuosa y bruta manera en que lo
besaba… y le encantaba. Así que le dejó hacer, muy complacido, y siguiéndole
los movimientos tan bien como podía.
Las manos del perro callejero no se estuvieron quietas,
mientras la diestra bajaba a agarrarle una de las nalgas, con la izquierda
agarraba la nuca del menor y mantenía su cara bien pegada a la de él. Fue un
beso poderoso, largo y lascivo. Cuando al fin se separaron, ambos chicos
sentían sus cuerpos ardiendo de pasión. Sin mediar palabra, Ricky le dio la
vuelta al cuerpo del chico, dejándolo boca abajo, con la cabeza apoyada en el
reposabrazos del sofá y el culo en pompa en dirección hacia donde él estaba. Saúl
se asustó un poco por el ímpetu del mayor, pero se mantuvo firme en su decisión
de dejarle hacer lo que quisiera.
“Abre tus nalgas. Quiero ver tu culo.” fue una orden directa y precisa.
Saúl notaba leves oleadas de palpitaciones excitantes recorriéndole
su pequeño rabo. Dejando solo su cabeza y sus rodillas apoyadas sobre el cojín,
puso sus dos manos a lado y lado de su esbelto trasero y abrió sus cachetes
como el mayor le había ordenado. A penas podía verle por la situación forzada
en la que tenía la cara, pero sabía que el perro estaba mirándole fijamente el
agujero posterior, y eso hizo que se excitara tanto que empezó a soltar líquido
transparente pre-seminal, que caía goteando desde la punta de su polla hasta el
sofá.
Lo que sucedió a continuación fue demasiado fuerte para el
crío. Sin aviso ni preparación alguna, notó algo cálido, mojado y blando, que
empezó a repasar su entrada posterior con avidez. Era la lengua de Ricky, ese
maldito perro callejero. Saúl soltó un fuerte gemido por la impresión, y Ricky
pegó sus labios al culo del chico y empezó a chupar y sorber, de manera
delirantemente deliciosa. Eso seguro que jamás se lo había hecho a Luis, como
mucho el perro le habría ordenado a la puta de su hermano que le chupara a él
el culo, pero ¿Al revés? Ni en sueños se imaginaba a un macho como Ricky
metiendo su delicada lengua en semejante agujero inmundo… ¡Pero a él sí que se
lo estaba haciendo! Y ¡Joder! ¡Se sentía increíblemente bien!
“Ricky…”
susurró el joven rubio entre jadeos.
En ese momento el mayor acercó una de sus manos al culo del
chico y empezó a meterle uno de sus largos dedos.
“¡¡Hhhhhhhhhhhhmmmmmmmm!!”
se quejó el menor.
Pero el perro no hizo caso de aquellos jadeos lastimeros,
pensaba follárselo ya mismo y tenía que prepararlo bien, no solo porque Saúl
era a todas luces virgen, sino porque además, sumado a eso, estaba el hecho de
que Ricky tenía un cuerpo de adulto, con un rabo que tenía las dimensiones de
un vaso de cubata, y el pobre chaval pues… aún tenía anatomía de crio. Si de
normal ese pedazo de polla hubiese destrozado cualquier culo, en el caso de
Saúl las lesiones podían llegar a ser permanentes, cosa que el moreno no
deseaba para nada. Lo estrenaría en condiciones, dedicando a la tarea de
prepararlo todo el tiempo que hiciese falta, y luego lo follaría brutalmente,
marcándolo como suyo… para siempre.
“¡¡Waaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaahhhhh!!”
gritó Saúl cuando un segundo dedo se introdujo en su estrecho recto.
“Relájate,
todavía voy a meter uno más” le respondió Ricky.
El menor se obligó a relajarse, respiró hondo y se concentró
en el placer que le daba la lengua del perro callejero, para no pensar en el
palpitante dolor que le provocaban los dedos de él hurgando en su interior.
Para cuando Ricky metió, como había amenazado que haría, su tercer dedo en el
culo del chico, Saúl mordió la almohada y intentó gemir lo más bajo posible.
“¡¡Mmmmmmmmmmmmmmmhhhhhhhhhhhh!!”
“Muy
bien, niño. Lo estás haciendo genial” le dijo Ricky al muchacho, que se sintió
halagado por las palabras del contrario.
El perro notó que el culo del chico ya no apretaba tanto sus
tres falanges, las metió y sacó unos minutos más, para terminar de dilatar ese
culo inquieto que tanto le había llamado la atención, y cuando estuvo seguro de
que había llegado el momento, le ordenó al menor:
“Date la vuelta. Quiero que me mires a los ojos mientras te desvirgo. Que te quede claro quién es tu Macho.”
Saúl se volteó y quedó tumbado en el sofá, con la espalda
apoyada en el mismo. La forma ruda que tenía ese perro de hablarle le ponía
muchísimo. Abrió las piernas y se las sujetó bien abiertas, con cada mano
debajo de una de sus rodillas, como ofreciéndose a su Amo. El rostro del menor
estaba teñido de rubor, sus ojos brillaban por la excitación y estaba entre
emocionado, asustado, impaciente y avergonzado. Ricky se tumbó sobre él, se
sacó la polla de dentro de los pantalones sin quitárselos, y puso su glande
hinchado y palpitante pegado a la abierta entrada posterior del menor. Con una
mano sujetó su rabo para que no se moviera de ese lugar. Ricky acercó su rostro
al de Saúl y le dijo, en tono de lo más sensual:
“Suplícame
que te la meta, puta”
En ese momento el joven rubio se sintió cabreado, y se reveló
por primera vez en toda la velada.
“¡No me
llames puta!”
Ricky se sorprendió por esa reacción, después de todo lo que
habían hecho, no tenía sentido que le molestara que lo llamase así… Saúl apartó
la mirada a un lado y le explicó:
“Así es
como llamabas a mi hermano. No quiero tener nada que ver con él.”
El perro callejero sonrió, ahora lo entendía todo. No era el
insulto en sí mismo lo que había molestado al menor, sino que lo hubiese oído
llamando así a Luis. Muy bien, podía entenderlo.
“Saúl” le
dijo, y esperó a que volviera a mirarle a los ojos “Suplícame que te folle.”
El joven se relajó y miró al perro, sintiendo como sus
pupilas se clavaban en las de él.
“Ricky… Por
favor… Te lo suplico… Méteme tu polla dentro.”
Aún no había terminado de pronunciar la última palabra, que
el mayor ya estaba empujando con todas sus fuerzas, enterrando con vigor su
dura polla en ese ano estrecho y virgen.
“¡¡AAAAAAAAAAAAAAAAAAAHHHHHHHHHH!!”
Saúl gritó por el terrible dolor que estaba sintiendo.
El menor escondió su rostro en el torso del adulto y de nuevo
notó lágrimas escapando de sus ojos. No podía evitarlo, el daño que sentía era
insoportable. El perro estaba embistiendo contra él sin darle tregua, había
conseguido penetrar con su enorme glande en su pequeño ano y ahora notaba como
la piel alrededor de la entrada se estaba estirando al máximo de su capacidad
para permitir alojar en su interior ese poderoso monstruo que lo atacaba. En un
primer momento todos los músculos del cuerpo de Saúl se contrajeron, causándole
dolor a Ricky. Pero no se detuvo ni mucho menos se propuso sacar su polla de
ese rico agujero, todo lo contrario, aun empujó con más fuerzas contra ese
culo. Saúl sintió unos tremendos pinchazos en su intestino y su cuerpo actuó
solo, arqueando la espalda, para permitir mejor así el paso del intruso que lo
violentaba de aquella manera tan salvaje.
“¡Ricky,
para, no puedo! ¡¡Para, jodeeeeeeeeeer!!” gritó Saúl con la cabeza inclinada
hacia detrás y arañándose sus propias piernas.
“Ni lo
sueñes, puta” dijo para cabrear de manera consciente al chaval.
Pero Saúl estaba tan concentrado en su dolor que ni si quiera
se dio cuenta de cómo le había llamado ese bastardo perro callejero. Por su
lado, Ricky aprovechó que el menor se había puesto de mejor manera para dar un
último empujón, encastándole por fin toda su larga y gruesa extensión dentro de
su culo. Sus aros intestinales le apretaba de manera poderosa la polla, pero
eso aún lo hacía más morboso. El mayor se sintió muy complacido, había podido
meterle a su pequeña puta su enorme rabo entero en la primera estocada. Notaba
sus huevos completamente pegados al cuerpo del crío. La sensación de estarlo
desvirgando en ese preciso momento era increíble. Algo único no parecido a nada
que hubiese sentido hasta la fecha. El perro se quedó quieto, con su polla
incrustada hasta el fondo de ese culo estrecho y peleón. Le dijo al chico:
“Relájate,
porque no hemos hecho más que empezar. Ahora viene lo bueno.”
Saúl bajó la mirada y le gritó, con lágrimas en los ojos “¡Te odio!” le dijo al perro.
Ricky se rio de ese comentario “Eso no te lo crees ni tú, puta” le respondió, y acto seguido pegó su boca a la del menor y empezó a besarle de nuevo con ansias, como si intentara absorberle el alma con ese beso.
Saúl bajó la mirada y le gritó, con lágrimas en los ojos “¡Te odio!” le dijo al perro.
Ricky se rio de ese comentario “Eso no te lo crees ni tú, puta” le respondió, y acto seguido pegó su boca a la del menor y empezó a besarle de nuevo con ansias, como si intentara absorberle el alma con ese beso.
Y en el preciso instante en que los labios del perro se
separaron de los de Saúl, el mayor empezó a bombear con fuerza, metiendo y
sacando su dura polla del estrecho agujero posterior del crío.
“¡¡AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAHHHHHHH!!”
el menor gritaba, desesperado, por el terrible dolor que le causaba la tremenda
follada de ese bastardo.
Pero Ricky sabía que pronto se le pasaría, y que terminaría
disfrutando de aquello… y si no, ¡Peor para él! Ya lo disfrutaría la segunda o
la tercera vez que lo follara. El mayor
empujaba con toda su mala hostia sus caderas contra el cuerpo del infante,
golpeando con vigor contra su estrechez, casi intentando atravesarlo y terminar
follándose el puto sofá. Saúl no paraba de gritar, gemir y jadear, y lloraba de
manera muy abundante. Pero aquello no hacía que el perro sintiese lástima por
su joven víctima, sino todo lo contrario, aún se enardecía más y embestía
contra él con más violencia.
¡¡CHOF CHOF CHOF CHOF!! …
“¡¡¡AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAHHHHHH!!!” …
¡¡CHOF CHOF CHOF!!
Esos eran los ruidos que llenaban ahora la habitación, los
gritos desesperados de Saúl y los duros golpes chapoteantes que provocaban la
terrible polla del perro entrando y saliendo a velocidad vertiginosa del cuerpo
del niño. Ricky estaba tan excitado que casi podría haberse corrido en el mismo
instante en que le metió su polla dentro al chico, pero aguantaría todo lo
posible, para disfrutar al máximo de esta experiencia única. Así que la tortura
se alargó por muchos minutos para el pobre Saúl, que solo deseaba que el puto
perro descargase su corrida dentro de él y lo dejase en paz de una jodida vez
¡Maldita la hora en que decidió ser su puta! ¡Debería haber dejado que se
follase a Luis! Pero cuando el perro callejero bajó su mano a la entrepierna
del chico y empezó a masturbarle, se le olvidaron todas aquellas cosas.
Poco a poco los infernales gritos de dolor del menor se
vieron sustituidos por genuinos gemidos de placer, y es que al cabo de tanto
rato de estarle follando, por fin el culo del chico había empezado a ceder,
dejando de presionar tanto, y se dejaba follar en condiciones. Eso significaba
menos dolor para el crio y más placer, que unido a la masturbación, hicieron
que pronto empezara a escupir borbotones de leche por su pequeño rabo de niño.
“¡¡AaaaaaahhhhhAAAAAAAAaaaahhhhhhhhhhAAAAAAAaaaaaaahhhhhhhhhhh!!”
gimió el menor.
Saúl todavía estaba convulsionando por su tremendo orgasmo,
cuando el perro soltó su rabo, lo agarró con fuerza de la cadera, y hizo un
heroico esfuerzo final, terminando de follar ese estrecho culo ahora sí con
todas sus ganas, y sin miedo a romperlo. Lo que casi rompieron fue el sofá, de
lo fuertes que eran las estocadas que le daba al joven rubio. Saúl estaba
abatido, completamente relajado y un poco ido, y ya no se quejaba para nada de
la abusiva manera en que Ricky, su adorado Amo, lo estaba jodiendo. Ricky metía
su polla de manera bruta y salvaje, dejándose llevar por completo por las
intensas sensaciones que le embargaban. Era el puto Amo e iba a marcar a ese
crío como de su propiedad ¡Jamás nadie podría llegar a correrse tan adentro
como pensaba hacerlo él! ¡Soltaría su leche tan profundo que no saldría jamás
del cuerpo del menor!
“¡¡¡WWWWWWAAAAAAAAAAAAAAAAAAAHHHHHHHHHHHHHHHHH!!!”
Cuando Ricky se corrió soltó un gemido que parecía casi un
rugido de algún animal salvaje. No se mantuvo quieto, al contrario, continuó
bombeando y penetrando el herido culo del menor con saña, con todas sus ganas,
regándole por dentro con su esperma abundante, espeso y calentito. Por todas
partes, desde el aro exterior hasta lo más profundo de sus entrañas, así lo
sintió Saúl, que de repente se dio cuenta de lo que acababa de suceder, de lo
que habían hecho, y que a pesar de lo mal que lo había pasado al principio,
había terminado disfrutándolo como una perra.
Ricky se acercó al joven y le dio un fugaz beso en los
labios. Luego se separó de él, con el cuerpo brillante por el sudor, y se sentó
en el otro extremo del sofá, con las piernas abiertas.
“Ven y
chúpame la polla. Siempre tendrás que limpiarla cuando tu sucio culo me la
manche.”
Saúl estaba como hipnotizado con ese chico. A estas alturas
ya no se le ocurriría replicarle por nada que le ordenara hacer.
“Si,
Ricky. Como desees” respondió.
Saúl se puso de manera trabajosa a cuatro patas sobre el
sofá, y a pesar del cansancio que sentía, se acercó a la entrepierna de su Amo
y Señor y empezó a lamerle el rabo, para limpiárselo de los restos de semen,
mierda y sangre que manchaban la superficie. Empezaba a comprender la devoción
que su estúpido hermano mayor había sentido por este tipo. Era en todos los
sentidos un puto Dios. Era perfecto, con un rostro hermoso y un cuerpo
envidiable por cualquiera. Tenía una mirada felina y una sonrisa pícara y
encantadora. Su voz era de lo más sensual. Y su polla… Ah, eso era una obra de
arte, tan grande y hermosa que ninguna más en el mundo podría competir con
ella. Sintió lástima por su hermano, por haber tenido y haber perdido un Dios
del sexo como aquel. Pero se sintió feliz de saberse su nueva puta. Y si quería
llamarle así, pues que lo hiciera, qué cojones… él sería feliz solo con atender
todas sus órdenes, y mantener su boca limpia y su culo a punto, por si a su Amo
y Señor le apeteciera usarlos para su propio placer… y el de él. De reojo Saúl
vio la botella de vaselina que no habían usado y sonrió. Que se la quedara su
hermano esa botella, él se quedaba con el premio mayor. Un bastardo perro
callejero llamado Ricky.
Me ha encantado, por favor, continua la seria. Un relato 10, en serio
ResponderEliminarGracias por tu amable valoración, Rebelde.
ResponderEliminarTenía en mente hacer una segunda parte de este relato, y los comentarios que he ido recibiendo de los lectores, diciéndome que les ha gustado mucho y que quieren más, me han hecho decidirme. Sí que habrá Ricky, el perro callejero II y espero que os guste igual que el primero.¡Un beso!
La doncella audaz